YA EL DÍA CLARO, EN QUE VENDRÍA QUE SE VIESE TODO [1]. Por Tomás Valladolid Bueno* (Abril, 2010)

Auto de fe pintado por Pedro Berruguete en 1475.

 

Sepan todos que, habiendo entrado un día la Justicia en las casas a buscar unos papeles, los Señores Inquisidores Apostólicos de esta ciudad y su partido celebraron Autos públicos de Fe. A los últimos acentos del Pregón se hizo festiva salva el tumultuoso bullicio compuesto de la armonía, tropel, estruendo y terror en los arcabuces, chirimías, clarines y atabales, cuya mixta y ruidosa consonancia, sin embargo de la confusión, corrió por el aire lisonja, llegó a los oídos agrado, pasó a los ojos ternura, a los semblantes placer, entró en los pechos piedad y salió contra los enemigos de la Iglesia, detestación.

Sepan todos que a los penitenciados preguntaron de este modo: << Hijos e hijas, ¿qué pedís? >>. A lo que respondieron: ¡Misericordia! Y preguntados, de nuevo, de qué delito, no les fue posible confesarle. ¿Qué habían de confesar? ¿Que sólo habían creído de forma ligera? ¿Que habían cantado canciones impías, aunque no para ponellas en el corazón, sino para sabellas? ¿O debieron confesar que habían sido moros o judíos, aunque tarde y mal? Pues sepan todos que alguno confesó, en su verdad, que la Virgen ¡no quedó! Ni antes ni durante ni tras.

Sepan todos que el Fuego los fue declarando Pavesas de su delito, y les puso la Ceniza por si acaso el lento Fuego, con las retóricas vivas lenguas de sus llamas, bastase a persuadir y vencer lo que no pudieron tantas piadosas y Cristianas diligencias. Pues, además, sepan todos que los señores Inquisidores presumieron de dictar sentencias todas tan piadosas como justas, y tan prudentes como rectas, porque piedad y justicia, prudencia y rectitud, todo se halla en ese Santo Tribunal, que con tan soberano acuerdo, tan conocido valor, tan atenta entereza y tanta sagacidad (que todo ha sido bien menester en esa ocasión) han proveído doctos y experimentados, incorruptos, benévolos, piadosos y santos castigos de Relajados. Y no ahítos de autogloria tomaron por prudente que no se ejecutasen las sentencias de noche, excusando los inconvenientes del concurso, que suelen ser más feos con las sombras.

Mas, ante tanta ignominia, sepan todos en este día lo que en otrora ya se dijo y nunca se debió olvidar: << No se concibe hoy apenas que durante la lectura de cincuenta sentencias, y entre ellas tres de muerte en la hoguera, aquellos señores tuvieran tranquilidad y frescura bastante para entregarse, no á comer, sino á devorar cuatro terneras, ocho jamones, treinta libras de carnero y criadillas, veinticuatro meolladas, ocho libras de albares, una canasta de guindas, una sera de manzanas, ciento ochenta y seis pollos y doscientos cuatro panes, todo esto acompañado de una arroba de bizcochos, otra de canelones de canela y cinco de amigotas colaciones, y remojado todo con quince arrobas de vino y otras bebidas, en cuya composición entra la canela, el azafrán y la pimienta. El hecho es cierto, por desgracia, dando una triste idea de los sentimientos de los españoles de entonces. >>[2]

Por todo ello, pues, conozcan todos los de hoy su deber de dar justo nombre a quien fue relajado ayer.

 

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*    Escrito de próxima publicación en la revista Anthropos.

[1] Este texto es el resultado –en su mayor parte- de recomponer, en un orden diferente, algunos fragmentos de distintos Autos de Fe realizados por la Inquisición en la ciudad de Córdoba (España). He tenido acceso al contenido de los mismos gracias a D. Sebastian de la Obra (historiador y director de Casa de Sefarad), quien –con un altísimo grado de generosidad- ha puesto a mi disposición el fruto de su excelente y laborioso trabajo de investigación sobre las víctimas de los Tribunales de la Inquisición. Queda aquí expresión de mi profundo agradecimiento.

[2] Ramírez de Arellano, Rafael. “La Inquisición de Córdoba. Noticias curiosas para ilustrar su historia”, en Boletín de la Real Academia de la Historia, tomo 38 (1901), pp. 169-168.

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