«EL TENIENTE GUSTL» O LOOR A LA MUERTE Y A LA CARNE. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 14). Por Pablo Romero Gabella

 
 
 

Cementerio de los personajes ilustres
(Kerepesi Temetö)
Budapest
2000
Foto: LGV

 
 
 

64 páginas 64. Ésta es la extensión de El teniente Gustl, pieza de aparente minimalismo de Arthur Schnitzler (1862-1931), médico y escritor vienés, ejemplo del intelectual judío finisecular del Imperio. Contemporáneo de Sigmund Freud (que lo admiraba), Mahler o Zweig, pero también del antisemitismo que se cernía sobre Austria y sobre Viena en particular gracias a personajes como Karl Lueger, alcalde de la capital imperial. Esta pequeña joya escrita en 1900  (editada primorosamente, como es usual, por Acantilado en 2006 con traducción de  Juan Villoro) es un monólogo interior (uno de los primeros de la literatura) que bulle en la mente de un joven oficial imperial durante el ocaso de un día primaveral y el orto del siguiente. Parte de una velada musical en un teatro de la capital y termina en un café, cómo no, pasando por una noche de duermevela en el parque del Práter, el mismo lugar que luego haría famoso El tercer  hombre[1]

   Tal como hemos visto en otras entradas de Noticias de un Imperio, en la literatura del final del imperio austro-húngaro ocupa un lugar muy destacado el ejército y dentro de este, los jóvenes oficiales. En las obras ya reseñadas de Lernet-Holenia [2], Marai [3] y Roth [4],  los protagonistas son jóvenes oficiales que educados en la tradición del imperio son testigos y a la vez actores de su desaparición. El ejército austro-húngaro es, junto al viejo emperador, el elemento cohesionador del imperio. Para William M. Johnston (en su imprescindible obra El genio austrohúngaro. Historia social e intelectual (1848-1918), Oviedo, 2009) los militares daban «lustre a la vida social» y proporcionaban la dosis de «patriotismo» imperial necesaria para los soldados de diferentes pueblos y nacionalidades. No obstante y así lo vemos al comienzo de esta obra, los militares austríacos se aferran a un código del honor anacrónico, son arrogantes con los civiles y rechazan la modernidad. Todas esas características las asume nuestro teniente Gustl, desprecia a los burgueses y a los judíos, así como a los socialistas (aunque los austromarxistas fueron paradójicamente defensores del Imperio). Esta forma del ver el mundo, anclada en los esquemas aristocráticos del Antiguo Régimen es el factor que hace que se produzca el hecho principal de la novela, que por supuesto no vamos a desvelar y donde jugará un papel destacado un panadero. Estas ideas, sin embargo, no son solo propias del Imperio austro-húngaro en los inicios del siglo XX, era una cultura común en toda Europa. Esto lo estudió Arno J. Mayer en su obra La persistencia del Antiguo Régimen (1981). Un mundo de valores que hoy nos resultan algo absurdos e incomprensibles y que también están recogidos en la novela de Ford Madox Ford titulada El buen soldado (1913), donde de nuevo, en un lugar central encontramos la figura del oficial. Gustl es un tipo que, como ya hemos dicho, es arrogante, pagado de sí mismo, conquistador de damas y damiselas además de refractario a judíos y socialistas. Schnitzler crea un personaje arquetípico: proviene de una buena familia de provincias y tras pasar un periodo de servicio en Galitzia es trasladado a Viena, al servicio de Dios y del Káiser. Su historia es la historia de muchos que más tarde acabarían sirviendo en las filas de la Werhmacht al  mando de otro austríaco de provincias: Adolf Hitler.

   En sus meditaciones Gustl reconoce que de todas las experiencias vitales echaba en falta una: la guerra. El relato escrito en 1900, nos revela ese ambiente de preguerra que aún no pasaba de mero deseo, de ensoñación entre romántica y salvaje que muchos europeos vivían. La guerra como solución al aburrimiento de la rutina diaria. Gustl es uno de aquellos «sonámbulos» que en palabras del historiador Christopher Clark se dejaron llevar por sus estados y monarcas a las trincheras de la Gran Guerra (Sonámbulos. Cómo fue Europa a la guerra de 1914, 2014). Esa idea de exaltación de las virtudes terapéuticas de la guerra, que tan bien nos la narró Joseph Roth en las páginas finales de La marcha de Radetzky [5], iba de la mano de esa moral aristocrática y aparentemente guerrera a la cual nos referimos antes (el ensayo de Arno J. Mayer tenía el esclarecedor subtítulo de Europa hacia la Gran Guerra).

   La guerra era una especie de gran duelo colectivo donde enjugar honores mancillados. En ella, como en el duelo (Gustl, como no podía ser de otra forma también es un duelista), la muerte es una opción y si uno no es capaz de aguantar la vergüenza, no queda otra que el suicidio. Guerra, duelo, honor, suicidio…. todo nos conduce a la muerte, otro gran tema de la novelita de Schnitzler, un autor que podríamos considerarlo parte del grupo de escritores impresionistas tal como lo incluye en su obra Johnston. Esta corriente impresionista de intelectuales fue así definida por el Arnold Hausser, famoso teórico del arte  nacido como súbdito del imperio en 1892 y muerto como ciudadano de la república socialista de Hungría en 1978. Schnitzler era uno de aquellos intelectuales que de alguna manera disfrutaron siendo notarios del «apocalipsis feliz» de un mundo. No eran creadores de algo nuevo, no ofrecían soluciones, al igual que sus contemporáneos de nuestra Generación del 98. Para ellos la vida era evanescencia, flujo de sensaciones, esteticismo y decadencia. En esta obra que reseñamos todo esto se encuentra a través de los pensamientos inmediatos, no tanto reflexiones, del teniente Gustl. Todo es ahora, no existe ni tanto el ayer ni el mañana, todo ocurre en el momento. Un mundo de impresiones donde no hay nada totalmente verdadero pero tampoco falso.  En palabras del autor «cada instante implica morir un poco y a la vez volver a nacer».

 
 
 

La muerte se lo lleva
Kerepesi Temetö
Budapest 
2000

(Foto: LGV)

 
 
 

   Volvemos a la muerte, ya que es el culmen de ese mundo de impresiones. La muerte «libera» a los vivos de sus represiones y miedos, tal como le ocurría al joven Gustl. El elemento psicológico es la gran novedad técnica de nuestro relato y  por esto lo hacía tan cercano a Freud, pero también a toda una corriente de pensamiento que podemos llamar austríaca, donde la muerte tiene un lugar especial. Para los austríacos la muerte era un motivo de creatividad y es conocida su querencia por todo lo que la rodea: funerales, cementerios, ceremonias, etc… Baste recordar el episodio sobre el cementerio de Viena que nos cuenta Claudio Magris en su odiséica obra El Danubio (1986) o esos «hermosos cadáveres» de la familia imperial en La Cripta de los Capuchinos. La muerte es el fin del hastío y por eso tiene un gran poder, tal como lo dejó por escrito Hugo Hofmannsthal, un escritor marcado especialmente por ella.  Es relativamente conocida la carta que Mozart escribió a su padre sobre este tema cuatro años antes de morir:

   «Al ser la muerte, pensándolo con detenimiento, el verdadero objetivo de nuestra existencia, en los últimos años he establecido con ella – la mejor y más fiel amiga de la humanidad- una relación tan estrecha que ahora su imagen, lejos de aterrorizarme, me tranquiliza y consuela».

   Los muertos «permanecen entre los vivos», escribió Schnitzer. Ya hemos visto esto en las obras ya comentadas de Alexander Lernet-Holenia [6], donde el mundo de los  muertos tiene tanta o más importancia que el de los vivos. Por esto, un vez muerto el Imperio siguió para muchos aún vivo y sobre todo en la literatura y el arte hasta nuestros días.

   Y por último, nuestro protagonista vive la unión del Eros y el Thanatos. El erotismo y el sexo van unidos a la muerte, integrantes todos de los paraísos artificiales que pontificó para la modernidad el poeta Charles Baudelaire. El sexo y la muerte nos alejan del mundo, como así lo vivía el joven teniente Gustl que mezclaba en sus pensamientos sus conquistas eróticas y la fantasía de su muerte. Un mundo de morbosidad que fue tan querido al modernismo literario español, comenzando por Juan Ramón Jiménez. Algo tiene esta corta novela de loor a la muerte y a sus cercanías, pero también de loor a la carne, la carne mortal, liberadora y a la vez esclavizadora.

   Loor a la Carne,
Que al arder mitiga los cruentos martirios de la Vida humana.

 
 
 

Juan Ramón Jiménez
(1881-1958)

 
 
 
[1] https://revistacarmina.es/?p=40583

[2] https://revistacarmina.es/?p=39376

[3] https://revistacarmina.es/?p=39553

[4] https://revistacarmina.es/?p=40095

[5] https://revistacarmina.es/?p=40854

[6] https://revistacarmina.es/?p=39541
 
 
 
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