ANTONIO LÓPEZ RODRÍGUEZ, PELUQUERO. De la serie «Historias de vidas» por Olga Duarte Piña y Lauro Gandul Verdún [artículo publicado en «Escaparate» en 2019]

 
 
 

Antonio quiere que dediquemos esta semblanza a todas las mujeres de su vida:
a su madre y hermanas,
además a sus amigas y clientas
y, especialmente, a María del Carmen Miranda.

 
 
 

Antonio López

(Foto: ODP 2018)

 
 
 

«Lo peor de la señora Oliver era que cambiaba a cada paso de estilo de peinado. Ella reconocía esta debilidad suya. Los había probado todos, por riguroso turno. Al severo estilo “pompadour” de cierto momento había seguido otro basado en el desorden, como trazado por una fugaz ráfaga de viento, que daba lugar a una expresión del rostro más bien intelectual. (Bueno, ella esperaba que resultase intelectual, al menos.) A los rizos geométricos había seguido el artístico desarreglo. Al final, tuvo que admitir que aquel día su peinado era lo menos importante, un detalle accesorio, puesto que iba a usar lo que en raras ocasiones usaba: un sombrero.»

 

[AGATHA CHRISTIE. Los elefantes pueden recordar.
Ed. Ediciones Orbis, S.A. Barcelona, 1987, pág. 11.]

 
 
 

(1968)
 
 
 

Cuando se le pregunta sobre su infancia lo primero que se le viene a la cabeza desde la más remota y profunda memoria, como recuerdo imborrable, es la casa del barrio de San José donde nació un día de Reyes de 1967, hijo de Virginia y Antonio, sus jovencísimos padres, de dieciocho y veinte años. Es el primero de seis hermanos. En esa casa transcurrió su infancia y una parte fundamental de su vida. La casa estaba en una calle de albero donde había una sola bombilla en El Palomar, que es el nombre del jardín oculto y bella residencia que aún hoy sobrevive como un lugar de ensueño. Son también imborrables en su memoria los amigos del barrio, el colegio de los Salesianos…

   Recuerda que fue un niño que tuvo una infancia muy feliz y también evoca aquel período de su vida lleno de contrastes entre su mundo fantástico, del que él era muy consciente, y el mundo de aquella casa y el barrio de San José entonces. En la misma casa vivían cuatro familias, todas parientes entre sí, cada una viviendo en sus correspondientes habitaciones y un patio de niños jugando dando un espectáculo diario de alegría. Se le vienen a la cabeza espontáneamente los nombres de sus tías Rafaela, Joaquina o los sus primos Julito, Miguelín y Mari… Y aquellos tíos albañiles en los que abundaba el buen humor cuando en la casa se explayaban con su buen vivir, su mucha gracia, y su mucha guasa. Hay que decir aquí que pertenece a una legendaria familia de albañiles alcalareños. Un bisabuelo fue el que consiguió levantar la más alta de las chimeneas de la antigua fábrica de Idogra, después de varios intentos por otros alarifes a los que la chimenea se les derrumbaba a partir de una altura determinada. Ahí sigue en pie, esa torre labrada de ladrillos de barro, en el actual Parque Centro.

   No era el fútbol lo que más le gustaba, aunque no se quedaba atrás cuando había que tirarse por las cuestas en las bicicletas o jugar a una guerra de piedras en el Cerro del Moro. Seguía del ritmo de los chiquillos de su edad pero el niño que fue tenía un mundo propio dentro de sí: el de un niño que es sensible a lo delicado y a lo frágil. Este mundo íntimo afloraba en su afición a hacer cofradías. Con la cabeza y las manos de una muñeca Nancy hacía una Dolorosa, moldeando con barro la figura y vistiéndola, luego preparando y ornando los pequeños pasos. Con sus amigos se ponían manos a la obra para mejorar cada año aquellos palios, también se inventaban ferias y tómbolas. Siempre estaba ideando. Esta actividad venía de su mundo aparte, y se mostraba en la mucha creatividad que requería, creando un puente con el mundo de fuera de sí que le venía regalado por la vida de su familia y sus vecinos. Para el niño Antonio era armónicamente compatible su mundo de adentro con el brillo y la fiesta del patio en aquella casa y en aquel barrio que hizo que su infancia sólo pueda evocarla como maravillosa. Él sentía que lo que le surgía le venía de su mundo propio. Era muy consciente de ello aunque esto no significaba cerrarse sobre sí mismo, sino todo lo contrario, en él era darse. Y todos le querían. Hoy así continúa, largo de corazón y corto de tacañería.

   No hacía mucho que se habían mudado a un piso de la calle Vegueta cuando un 28 de diciembre de 1978 su padre falleció a los treinta años, contando Antonio con tan sólo 11. Toda la familia se fue a vivir con el abuelo paterno a Hospitalet de Llobregat durante seis meses. Luego regresaron a Alcalá, pero de nuevo a la casa del barrio de San José. Todo este tiempo casi ni lo recuerda, como si se hubiera borrado. Aunque sí le ha quedado una imagen amarga de aquella etapa dura en la que está su madre, a la que él ve sufrir tanto y trabajar tanto para sacarlos adelante… Se convirtió de pronto en el hijo mayor de una mujer viuda con cinco hermanos más pequeños. Todo cambió. El duelo de su madre, tan joven, fue muy largo. Cada vez que llegaba el día de los Santos Inocentes era muy triste… Pasaron muchos años antes de que la Navidad, la Noche Vieja o los Reyes Magos volvieran a tener sentido. La madre, con el firme propósito de que a sus hijos no les faltase nada de lo verdaderamente necesario, cosía noche y día y quien quiso estudiar estudió.

   El primer año de la escuela lo cursó en el Pedro Gutiérrez con la señorita Amparo. Como a su padre lo destinaron a Isla Cristina perdió un curso y al regresar entró en los Salesianos con un año de retraso. Tuvo como tutor a José Reina al que tanto quiso como maestro, y tiene la fortuna de seguir compartiendo su amistad. También quiere destacar a otros dos maestros de escuela: Francisco Hermosín y María del Carmen Miranda. Ellos tuvieron mucho que ver en su historia de peluquero.

 
 
 

 

El Arzobispo Carlos Amigo Vallejo

entre Antonio y su amigo Pedro (con gafas)

 
 
 

   Cuando acabó la EGB se matriculó en San Juan de Dios en un curso de formación profesional en Artes Gráficas e Imprenta. ¿Quién le iba a decir a él que a unos kilómetros de Alcalá iba a toparse con su primera experiencia con la modernidad? Al menos con la modernidad de los que tenían catorce o quince años que allí conoció y que iban vestidos de punkis, o mejor dicho, que por tal indumenta a sí mismos se consideraban punkis. De tal guisa con su amigo Pedro se los encuentra el arzobispo Amigo Vallejo en una visita a la Ciudad de San Juan de Dios, entonces recién llegado a Sevilla. Monseñor les preguntó: «¿de qué vais vestidos?, ¿qué sois?» Ellos respondieron: «Pues de punkis. Somos punkis», no exenta la contestación de mucha inocencia e ingenuidad. «¿Y qué son los punkis?», continuó Carlos Amigo. «¿No lo ve: la chapita, los pelos?»

   Si no tenían dinero para pintarse los pelos, cogían una barra de labios, la estrujaban y se coloreaban el pelo de rojo; si se llevaban los zapatos de charol y no podían comprarlos, compraban pintura de aceite y con los zapatos pintados se iban al Zalima. Cuando salían estaban ya los zapatos escalichaos.

   Pedro es otra de las personas que tuvo que ver en su vocación peluquera porque a él le encantaba el corte de pelo que llevaba y una vez le preguntó quién se lo había hecho. Así es como conoció a Sema, el día que lo peló a lo garçon, aunque su madre por la noche, mientras dormía, le cortara aquel flequillo, que tan raro le resultaba. Fueron unos años inolvidables, en aquella Alcalá donde se inauguraron el Buy, el Pololo, el Zoom,  el Mogambo, se abrieron las tiendas del Cotán. A Alcalá venían jóvenes de otros pueblos y de Sevilla atraídos por la diversidad de locales que, aún siendo pocos eran originales, porque sonaba la música que en ese momento se escuchaba en los bares modernos de Madrid a Vigo y porque había gente creativa, simpática, generosa, inquieta…

   El verano que siguió a su segundo curso de Artes Gráficas, Sema le pidió que le echase una mano en la peluquería por las tardes. Su misión era lavar cabezas, pero él aprovechaba para ver cómo se ponían los tintes y moldeadores. Veía como entraba una señora y tras pasar por las manos de Sema, que eran mágicas y auténticamente creativas, aquella misma mujer salía bellamente transformada. Ahora no se nota tanto la labor de peluquería porque la gente se arregla mucho y hay mucha técnica. Entonces sólo iban a las peluquerías personas que podían permitírselo porque en su mayoría las mujeres se arreglaban el pelo en sus casas o se lo cortaban ellas mismas, a lo más pagaban a alguna chica que peinaba por las casas. Con Sema tuvo y sigue manteniendo una gran amistad y fue para él un gran referente, con él además compartió viajes a Nueva York, París y Londres. En esta última ciudad, en un campeonato mundial de peluquería, conocieron a Patrick Cameron y Toni&Guy que no eran tan famosos entonces, y a un Vidal Sassoon ya muy reconocido. Siempre le inspiraron de este último su estilo y la rectitud de los cortes.

   Sus inicios como peluquero se remontan a 1985 y empieza peinando por las casas, sólo con los conocimientos que había aprendido de su experiencia ayudando a Sema. Empezó a correrse la voz y el teléfono de la casa de su madre no paraba de sonar. Cobraba cinco duros por un corte. Remedios, amiga y clienta de su madre, le aconseja que Antonio haga estudios de peluquería. Su madre era reacia pero viendo la ilusión y el tesón de su hijo, le dio todo su aliento y su ayuda desde que empezó hasta hoy mismo.

   En una habitación del patio interior de la casa familiar en la calle Reina Victoria, sus tíos Manolo y Julián hacen una pequeña obra para instalar ahí la primera peluquería. Un espejo verde con un cristal redondo y algo picado, cuatro sillas y una estantería de madera. «Aquello era un chuleo», nos dice Antonio, porque como no tenía lavacabeza, el cuarto de baño familiar era el lugar de los lavados de cabeza. Virginia, su madre, se afanaba para que las clientas de su hijo estuvieran lo mejor posible, hacía café, preparaba el patio para que se sentaran allí mientras el tinte cuajaba, todo esto daba lugar a tertulias y divertimentos y muchas anécdotas. Y dos hermosas historias de amor: una señora valenciana, le compró un lavacabeza que costó 27.000 pesetas y que se fue pagando con los trabajos de costura que su madre le hacía; y María del Carmen Miranda y Francisco Hermosín le regalaron un grandísimo espejo de dos metros de ancho por uno de alto, cogidos con grapas y flotando respecto de la pared, éste sustituyó al pequeño ovalado en el que apenas se veían las clientas por la pequeñez y vejez del objeto.

   En la Academia tuvo un profesor llamado Álvaro Alcaide que había estado trabajando en Carita París y que había sido técnico de tintes en L´Oréal. La capacidad que tenía este profesor de hacer mezclas, de combinar colores y sacar las tonalidades de tintes fue un aprendizaje fundamental para él. Todos los días viajaba en un Dyanne 6 con una señora y su hija que tenían una tienda en el barrio San José y que cuando cerraba lo esperaba para dejarlo en la Cruz del Campo, a donde ella vivía, pero la academia estaba en Amador de los Ríos así que le quedaba un buen trecho aún para llegar a la academia de peluquería. La vuelta la hacía con Valle, tía de la modelo Eva González, que estudiaba con él y a quien su novio la recogía cada tarde para regresar a Mairena. Empezaron las colas de las señoras que se peinaban en la academia y que querían que le peinara el chico de Alcalá, lo caracterizaba el manejo del secador. Al año y medio concluyó el curso de peluquería.

   En 1990 coincidiendo con la Guerra de Irak, gracias a un tío suyo, le salió trabajo en la Base de Morón. Trabajaba de 9 de la noche a 6 de la mañana empaquetando la comida que llevaban los aviones que partían para avituallar a los soldados norteamericanos en Irak. Por primera vez en su vida ganaba un bien salario y, además, con visos de quedarse fijo en la Base. Esta situación lo puso en una complicada tesitura: decidir entre quedarse en la Base o mantener su peluquería.

   De nuevo la casa familiar de Reina Victoria se obró para dar cabida a una nueva peluquería, esta vez el patio exterior, de tipo sevillano, se techó haciéndose una habitación de 18 m2. Pudo decorarla a su gusto y sentir que su proyecto de peluquería empezaba a tener un vuelo, tuvo que contratar personal porque se corrió la voz de forma definitiva y había fechas tan señaladas que las clientas se iban a las seis de la mañana a su puerta para coger la vez y hacerse el moño para Noche Vieja.

 
 
 

Con Ainoha Arteta

 
 
 

   Desde 1995 a 2003 fue miembro del equipo de peluquería del Teatro de la Ópera de la Maestranza. Su primera ópera fue Sanson y Dalila, nos dice que ese día se conmovió tanto que comenzó su pasión musical por este género. En Lucia de Lammermoor conoció a Alfredo Kraus en su última actuación pública. Y durante todo este tiempo trató con Plácido Domingo, Teresa Berganza, Juan Diego Flórez, Leo Nucci, Ainoha Arteta y ‎a Franca Squarciapino, directora de vestuario de la película Cyrano de Bergerac (1990) y galardonada por esta película con un Óscar y un premio César. También estuvo en los equipos de peluquería de las películas Volavérunt de Bigas Luna estrenada en 1999 y Carmen (2003) de Vicente Aranda. En 1998 trabajó para la inolvidable representación de El barbero de Sevilla que se hizo en el Maestranza con un brillante trabajo escenográfico de Carmen Laffón y Juan Suárez. La pintora también se ocupó de los figurines junto a Ana María Abascal.

   Viajar alrededor del mundo ha sido otra de sus grandes pasiones. Ha visitado los cinco continentes. Ha puesto sus pies en el Polo Norte y el Amazonas, en Islas Maldivas, Egipto, Nepal, Tibet, India, Perú, Costa Rica y en casi toda Europa. Su último viaje ha sido a Tierra Santa. Pareciera que a Antonio le fuera posible recorrer el mundo como si lo peinara. Tal vez sea ésta la explicación de por qué viaja como lo más natural de la existencia, aunque los aviones o los barcos le lleven a miles de kilómetros, porque ¿no es el mundo como una gran cabeza, a la que hay que consagrar un cuidado especial? La cabellera es un adorno precioso del cuerpo humano. Peines, horquillas, navajas son objetos empleados desde la Prehistoria para convertir el arreglo de los cabellos en una labor de artistas y a los peluqueros en seres de los que estamos necesitados, hasta el más humilde de nosotros. Y para poder hacer arte con los cabellos no bastan sólo la técnica, los recursos o las habilidades del peluquero sino que éste alcanza la inspiración cuando ha comprendido la personalidad de quien se pone en sus manos.

 
 
 

Su primer viaje a Nueva York

 
 
 

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