«RÉQUIEM ALEMÁN» O ALGO HUELE A PODRIDO EN VIENA. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 12). Por Pablo Romero Gabella

 
 
 

Del Tercer Hombre 4 (1949)

Estatua de Ludwig van Beethoven con nieve
Plaza Beethoven en Viena
De El tercer hombre
Carol Reed
(1949)
[Fuente de la foto: El Acorazado Cinéfilo – Le Cuirassé Cinéphile]

 
 
 

A Antonio Ortiz, latina lingua magister

 

«La guerra ha terminado, pero escarbando en las ruinas del esplendor imperial de Viena, el veterano Bernie Gunther hace un descubrimiento histórico…» Así  publicitaba la editorial la novela Réquiem alemán (1991) del recientemente fallecido escritor británico Philip Kerr. Ésta es la tercera de las trece entregas de una serie protagonizada por el policía y detective alemán Bernardh Günther y que se desarrollan principalmente en la Alemania del III Reich. Sin embargo, en esta novela la acción se divide entre el Berlín y la Viena de 1947, cuando comenzaba la Guerra Fría que nacía de la devastación de la II Guerra Mundial.

 
 
 

Requiem alemán de Philip Kerr
Réquiem alemán
Philip Kerr
1991
 
 
 

   Bernie Günther es un tipo que se caracteriza por «un estilo de vida masculino y solitario», según él mismo. Reproduce todos los clichés del detective de serie negra que tan bien caricaturizó, el ahora reprobado, Woody Allen en La maldición del escorpión de jade (2001). Pero no nos interesa tanto el personaje como el escenario en el que desarrollarán sus aventuras de macho alfa (venido a menos, eso sí): la Viena de postguerra que ya hemos visitado en Noticias de un Imperio (núm 8: «Siempre nos quedará Viena»). Kerr en ningún momento elude la atmósfera de la Viena de postguerra creada por Greene, al contrario, es una continuación de esos paisajes deprimentes que ya son parte de nuestro imaginario cultural. Ruinas, mercado negro, espías, cafés, hoteluchos, antiguos nazis, prostitutas de toda laya, aristócratas, el Cementerio Central, soviéticos, americanos, etc… Todo eso está también en este Requiem alemán. Esos tópicos los vemos en lo que dice un militar americano: «estamos en una ciudad podrida….francamente, miro por la ventana y veo tantas cosas que valgan la pena en esta ciudad como veo el azul del cielo cuando meo en el Danubio…Viena me decepciona, Günther, y eso hace que me sienta mal.» Decepción es la palabra que dice todo el que llegaba a aquella Viena. Cuando la visitó el novelista americano John Dos Passos, a finales de 1945, dijo que «Viena es una vieja reina de la comedia musical que agoniza en un asilo de pobres…»

   ¿Por qué esa insistencia en la decepción, en la decadencia? Porque el mito habsbúrgico estaba naciendo o renaciendo al contraponer el idealizado pasado imperial de Viena (y de Austria) con el pasado real del horror nazi y el presente de una postguerra que había convertido a Europa en un «continente salvaje». A partir de 1945 Austria se convierte en una «tierra de nadie» que no entraría en ninguno de los bloques; declarada por los Aliados como «víctima del III Reich» (Declaración de Moscú del 30 de octubre de 1943) y como tal exonerada de pagar indemnizaciones de guerra (Conferencia de Postdam de julio-agosto de 1945); pero a la vez ocupada y  troceada (en julio de 1945) en zonas de influencia como Alemania hasta que consiga su independencia mediante el Tratado del Estado Austríaco de 27 de julio de 1955.

 
 
 

Del Tercer Hombre 3 (1949)

El tercer hombre
(1949)
[Fuente de la foto: Cine del Maizal]

 
 
 

   Los austríacos vivían en una situación irreal ya que aunque no estaban sometidos tan férreamente como sus vecinos alemanes (y compatriotas desde 1938 a 1945) vivieron los horrores de la llegada de las tropas soviéticas con su corolario de saqueos y violaciones masivas, a pesar de que los vieneses los acogieron como «liberadores». Luego llegaría el problema de los refugiados de etnia alemana que huían del este y que fueron expulsados en su mayoría por las nuevas autoridades austríacas que querían demostrar que no eran alemanes  y sí anti-nazis.

   Sin embargo fueron austríacos el 10% de los dirigentes nazis, y el 50% fueron partícipes de crímenes de guerra, destacando como comandantes de los campos de concentración y exterminio. Un ejemplo esclarecedor fue  el alto cargo de las SS Karl Kaltembruner, jefe de la RSHA (mando conjunto de la policía) tras la muerte del infausto Heydrich. Y sin olvidar que el propio Hitler también era austríaco.

   El proceso de desnazificación de Austria, que estuvo en manos de los tribunales austríacos bajo supervisión aliada, no fue tan exhaustivo como algunos pidieron en consonancia con el nivel de colaboracionismo con los nazis. Se dictaron 43 sentencias de muerte por ahorcamiento y cuatro cadenas perpetuas. Sobre todo las penas fueron de carácter económico y afectaron a más de 40.000 austríacos. Cerca de 100.000 funcionarios perdieron su puesto de trabajo. Por la ley de amnistía del 21 de abril de 1948 se indultaron al 92% del medio millón de afiliados al NSDAP austríaco. Muchos de ellos engrosarían una nada despreciable extrema derecha durante la postguerra fría que supuso el origen del pujante populismo xenófobo que comparte el poder con los conservadores en la Austria actual. En la novela uno de los personajes más malvados es un ex nazi que se refugiaba en los viñedos que rodeaban la ciudad de Viena.

   El asunto del Holocausto era especialmente hiriente ya que la mayoría de la influente comunidad judía austríaca fue exterminada o huyó de su país, y muy pocos se atrevieron a volver. El antisemitismo no era algo que viniera de fuera, era muy potente ya en la Austria imperial con personajes como el alcalde de Viena Karl Lueger (1897-1910). En uno de los pasajes del libro se dice que los nazis «contaron con quinientos años de odio a los judíos para sentirse en casa». Por tanto, había mucho que ocultar o al menos maquillar y qué mejor que reivindicar el espíritu cosmopolita e integrador del imperio austro-húngaro. La novela de Kerr está llena de alusiones a esto, por ejemplo citemos las palabras de unos de sus protagonistas, el cínico comandante de la NKVD (luego KGB) Poroshin: «la gente es igual que la arquitectura….son todo fachada, todo lo interesante que hay en ellos parece estar en la superficie».

 
 
 
THE THIRD MAN, Alida Valli, Joseph Cotten, 1949

Alida Valli como Anna Schmidt, Joseph Cotten como Holly Martins y
la sombra de El tercer hombre, Orson Welles como Harry Lime
(1949)
[Fuente de la foto: La Crítica (Revista de reflexión cinematográfica)]

 
 
 

   El símil de la arquitectura es muy fructífero en toda la novela al contraponer la majestuosa arquitectura imperial con la triste realidad. Al retratar la famosa Ringstrasse, obra basal del modelo imperial, Kerr señala que sus edificios estaban «construidos en un tiempo de abrumador optimismo imperial, eran demasiados opulentos, para la realidad geográfica de la nueva Austria. Con sus 6 millones de habitantes, Austria era poco más que la colilla de una enorme puro.» El contraste entre el imperio y la postguerra es algo que también comparten Greene y Kerr, que pone en boca de uno de sus personajes que «aquí el mercado negro ha existido desde el tiempo de los Habsburgo. Entonces no se trataba de cigarrillos, claro, sino de favores, de influencias. Los contactos personales siguen pesando mucho.»

   La reivindicación de lo austríaco suponía el rechazo a todo lo alemán. Bernie, el protagonista, viviría este rechazo al ser alemán en Viena cuando comience su trabajo de sucio sabueso. Él era uno de los «piefkes», «preussen» o «nazipresussen», que eran los términos que utilizaban los austríacos para descalificar a los fueron sus compatriotas. Un súbdito del imperio-austrohúngaro llamado Samuel Wilder dijo que «los austríacos son gente brillante: lograron hacer creer al mundo que Hitler era alemán y Beethoven austríaco.» Palabras de insuperable ironía del que todo el mundo conoce como Billy Wilder.

   No obstante, Bernie tampoco tenía muy buena imagen de los austríacos, y de los vieneses en particular, a los que consideraba unos estirados y superficiales o «adabeis», si utilizamos el término que usaban los propios vieneses. Muestra de ello lo tenemos en los típicos comentarios de Bernie como que «había menos posibilidades de que un austríaco medio se quedara sin lápida de que no fuera a su cafetería preferida» o que «el vienés es bastante fácil ¿sabes? Sólo tienes que hablar como si mascaras algo y añadir ss al final de todo lo que digas». Bernie Günther no se sentía especialmente acogido en una ciudad con fama de acogedora  en sus cafés y restaurantes (como los que Zweig retrata en sus relatos). Nuestro antihéroe sentía una clase de acogimiento «que experimentarías una vez embalsamado, sellado dentro de un ataúd forrado de plomo y pulcramente depositado en uno de esos mausoleos de mármol que hay en el Cementerio Central».

 
 
 

Del Tercer Hombre 2 (1949)

El tercer hombre, Orson Welles
(1949)
[Fuente de la foto: Cine del Maizal]

 
 
 

   En esa Viena imposible de los años previos a la Guerra Fría, con 80.000 hogares destruidos, 35.000 personas viviendo al raso y sin servicios básicos y cuando los condes tenían que descargar sacos de patatas de camiones rusos, la posibilidad de la vuelta del imperio o de algo parecido increíblemente podía ser una posibilidad. Esto para Bernie no era más que la muestra de que «los vieneses adoran los títulos pomposos y la adulación». Más adelante afirma que «la mención de la realeza siempre parecía hacer que los vieneses se mostraron doblemente respetuosos».

   Quienes mejor lo comprendieron fueron los soviéticos, los nuevos señores imperiales, que al ocupar el Distrito I de Viena y con ello el casco antiguo, convirtieron al palacio imperial de Hofburg en lugar de sus recepciones y saraos proletario-imperiales, donde trataron con cierta consideración a los restos de la familia imperial que quedaban por allí. Bajo un enorme cuadro de Stalin algo parecido al boato imperial volvía a una paupérrima Viena. Esta idea se demuestra en las palabras de uno de los líderes comunistas austríacos: «hay que dar su auténtico valor al glorioso pasado austríaco…La Marcha de Radetzky debe convertirse en un himno nacional cantado en las escuelas.»

   No obstante los soviéticos se cuidaron mucho de neutralizar cuando llegaron a la capital, a principios de abril de 1945, a una incipiente Resistencia austríaca liderada por una pléyade de aristócratas que con sus brazaletes rojos y blancos situaron su cuartel general en el palacio de Auersper­g, propiedad de la princesa Agathe Croy. La improvisada milicia de resistentes tocados con el tradicional sombrero de Estiria, símbolo del orgullo patrio, estaba liderada por Willy , el primo de la princesa,  que además era el príncipe de Thurn und Taxis. Curiosa historia la de su familia que consiguió carta de nobleza por parte del emperador en el siglo XVII por ser los encargados del servicio postal del Sacro Imperio. Se llegó incluso a formar un fantasmagórico gobierno provisional formado por aristócratas y «dachausers» o antiguos miembros de la élite republicana austríaca anterior al «Anchluss» y que tomaban el nombre por haber visitado el campo de Dachau.  Los soviéticos, a pesar de su querencia por lo imperial, directamente los ignoraron y se llevaron a unos cuantos a visitar Siberia. Luego, a final de abril de 1945, nombrarían un gobierno títere liderado por el viejo político socialdemócrata (y pangermanista) Karl Renner. La llegada de los aliados occidentales, en julio de 1945, impulsaría unas elecciones en noviembre de ese año que dieron la victoria a los cristianodemócratas de Leopold Figl, que se mantendría en el poder hasta 1949. En gran medida esta victoria se debió al voto femenino (representaba el 64% del censo) que mostró su rechazo a los comunistas (tercera fuerza tras los socialdemócratas) por las violaciones masivas de los libertadores soldados del Ejército Rojo. Aún así en 1947, año en el cual se desarrolla la novela, los comunistas lanzaron una campaña de descrédito del gobierno aprovechando el problema del abastecimiento de alimentos entre la población civil. Adiós al sueño imperial, hola a la Guerra Fría.

 
 
 

Del Tercer Hombre 5 (1949)

Estatuas en lo alto del Parlamento nevado
Viena
De El tercer hombre
Carol Reed
(1949)
[Fuente de la foto: El Acorazado Cinéfilo – Le Cuirassé Cinéphile]

 
 
 

   Sin embargo, ese sueño imperial se mantuvo en personajes como el barón Leopold Popper Von Podhragy y sobre todo en el pretendiente al trono imperial Otto de Habsburgo, que tras su estancia durante la guerra en los EEUU intentando convencer a Roosevelt para que apoyase su causa (como también harían de manera igualmente infructuosa los nacionalistas vascos para conseguir su propio Estado) pasó a Londres en 1944 y de ahí al Tirol. Allí intentó agitar una germinal resistencia austríaca y provocó tal embrollo que los británicos le pidieron educadamente que abandonara el país. Más tarde, el propio gobierno austríaco volvería a implantar la ley que prohibía la estancia de cualquier miembro de la real e imperial familia dentro de su territorio nacional. Y aquí terminó el espejismo habsbúrgico y comenzó la, hasta hoy, concatenación de gobiernos conservadores del ÖVP y socialistas del SPÖ.

   La novela que aquí traemos tiene en su final un escenario ya conocido por nosotros: la Cripta de los Capuchinos («Kapuzinerkirche»). Allí Bernie nos relata que reposan los restos de más de cien Habsburgo «con sus famosas mandíbulas aunque la guía que había tenido la precaución de llevar conmigo decía que los corazones se conservaban en unas urnas situadas debajo de la Catedral de San Estebán». En su visión cáustica y cirrótica del pasado de Viena, nos describe un templo demasiado simplón, cuasi calvinista, para tan magnos residentes (12 emperadores y 18 emperatrices) donde parecía que el «tesorero de la Orden se había escapado con el dinero de los canteros». Sobre la mismísima tumba del emperador Francisco José se desarrolla el diálogo central de la novela entre nuestro escéptico Bernie Günther, ex policía y ex SS, y el comandante soviético Poroshin. Toda una declaración de intenciones sobre lo que el autor nos quería decir sobre aquella Viena aristocrática e imperial, que horadada como un queso gruyer, vivía de sus rentas mientras su pasado se pudría bajo tierra.

 
 
 
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«LOS DÍAS CONTADOS» O LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ EN TRANSILVANIA [3ª PARTE]. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 4). Por Pablo Romero Gabella

«LOS DÍAS CONTADOS» O LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ EN TRANSILVANIA [4ª PARTE, Y ÚLTIMA]. De la serie «NOTICIAS DE UN IMPERIO» (Núm. 5). Por Pablo Romero Gabella

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