«TODOS LOS DEMÁS TAMBIEN»: EL CHAV-ISMO O LA POLITICA CHANDALERA. Por Pablo Romero Gabella

 

pompasdejabón M. Verpi (Granada 2013)

Como pompas de jabón

[Foto: Manuel Verpi . Granada 2013]

 

Yo te prometí hacer deporte 

pero era una mentira 

para robarte un tal vez

Andrés Calamaro

[Fragmento de «Todos los demás también»

del disco Honestidad brutal, 1999]

 

El joven historiador británico Owen Jones en su libro Chavs. La demonización de la clase obrera (2011, publicada en España por la Editorial Capitán Swing, Madrid, 2012), ponía en la centralidad de su análisis social a los «chavs». Un término que podríamos asimilar a nuestros «canis» sureños y que algunos engloban dentro del mundo «nini». Jóvenes de extrarradio (aunque también es significativa su rama rural) fácilmente reconocibles por su pelo corto, pendientes de brillantes, sus «oros», tatuajes y sobre todo, por su ropa deportiva, especialmente por sus «chándales» ( a ser posible blancos como los trajes de novias antiguas). Fueron la tropa de choque de las revueltas en los extrarradios parisinos y londinenses de hace unos años. Una especie de «lumpenproletariat» postmoderno, si nos ponemos un poco marxistas. Esta estética «chav» asociada a la sempiterna gorra deportiva de raigambre yankee ha alcanzado su institucionalización en la Venezuela chavista.

   En las elecciones de 2013 los candidatos a la presidencia (el chavista y luego vencedor: Maduro y el opositor Capriles) compitieron con ferocidad  por llevar el chándal donde se viera desde cien kilómetros, al menos, la bandera venezolana. Se trataba de demostrar «quién es más venezolano», o más bien, para demostrar quién era el más cercano al «pueblo», al sacrosanto pueblo. Por ello inundaron las pantallas con la exuberancia caribeña de sus atuendos en una guerra cromática que parecía anunciar el fin y, a la vez, la continuación de la lucha de clases. Porque de lo que se trataba con esta «política chandalera» era desterrar la idea de que la confrontación política era entre ricos y pobres, entre «bienvestidos» y «chandaleros». Parece que la herencia del «socialismo del siglo XXI» de Hugo Chaves, Cristo Redentor de los pobres y líder de la revolución bolivariana,  va a ser la instauración del chándal como prenda nacional. Realmente es sorprendente que no fuera exhibido en su lecho funerario con su chándal y su boina roja. Sin embargo, en España, a sus admiradores de PODEMOS no los hemos visto mucho por la labor de vestir chándal: ni Iglesias, ni Monedero y ni siquiera el púber Errejón ha aparecido con tal guisa.

   Podemos pensar que esta lucha simbólica es una versión tropicalizada del pensamiento orteguiano expuesto en «El origen deportivo del Estado». Un texto publicado en 1966 que decía: «la actividad deportiva como la primaria y creadora, como la más elevada, seria e importante en la vida, y la actividad laboriosa como derivada de aquélla, como su mera decantación y precipitado. Es más, vida propiamente hablando es sólo la de cariz deportivo, lo otro es relativamente mecanización y mero funcionamiento.» No obstante, dudo que tanto Maduro como Capriles partieran de las ideas de nuestro filósofo, más bien se inspiran en la tradición contracultural que nació a finales de los 60 en los campus norteamericanos y que se extendió por Europa Occidental a partir de mayo del 68. La contracultura (fase superior del infantilismo consumista del izquierdismo, si nos ponemos leninistas) enemiga del uniforme como símbolo de opresión capitalista y reaccionaria acabaría sucumbiendo al influjo de la uniformización de la moda cool que comenzó en el uniforme maoísta (hoy representada en la moda retro comunista-monárquica norcoreana), pasando por las guayaberas cubanas, las camisetas del Che Guevara (que todo buen «progre» debe tener como fondo de armario para las «manifas») y terminando en el chandalarerismo de la fase terminal de castrismo que recogió Hugo Chaves en sus periódicas peregrinaciones a La Habana. Los filósofos canadienses Joseph Heath y Andrew Potter en su obra Rebelarse vende. El negocio de la contracultura (2004, publicada en España por Taurus en 2005) ponían de manifiesto las contradicciones de la «pseudorebeldía contracultural» al decir que «paradójicamente, el uniforme es tan democrático como elitista, ya que simultáneamente revela y oculta un determinados estatus. Al resto del mundo le comunica el estatus de una persona dentro de un determinado grupo, pero dentro de dicho grupo suprime todas las indicaciones externas de estatus o posesión».

   Y ya que estamos en la previa a las elecciones andaluzas, esto me recuerda al cambio de indumentaria del líder sureño del PP, Javier Arenas, en las últimas campañas electorales andaluzas, cuando desterró la estética pija de la camisa de manga larga (a lo sumo remangada en sus puños cuando se superara los 40º) por la camisa de manga corta (o «pesquera», como decía mi abuelo). Arenas intentaba de alguna manera hacer lo mismo que Capriles: ganar la batalla simbólica, en ese caso con la camisa de manga corta (que dicho sea de paso es mucho más cómoda para los calores andaluces) patrimonio del sindicalista, del obrero o del maestro progre. Sobra decir que no le surtió los resultados esperados. ¿Hará lo mismo su sucesor Juanma Moreno (Bonilla)?

 

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