DOS DÍAS DE MARZO [DE 2014]: MUERTE Y TRANSFIGURACIÓN DE LA TRANSICIÓN. Por Pablo Romero Gabella

 
 
 

ABC (PORTADA parcial 24-02-1981) 2

Adolfo Suárez y Gutiérrez Mellado un 23-F
(Una foto de la portada de ABC del día siguiente)
1981

 
 
 

Marzo de 2014. Durante varios días España, la España postmoderna y democrática, honró la memoria del último Secretario General del Movimiento, o lo que es lo mismo: del partido único del Franquismo, antes llamado Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (FET y de las JONS), que tenía su origen en el partido fascista Falange Española fundado por José Antonio Primo de Rivera en 1933.

   Con tal genealogía es sumamente significativo que miles de españoles asistieran a la capilla fúnebre instalada en el Congreso de los Diputados para despedir a Adolfo Suárez. Si sólo nos quedáramos con el primer párrafo de este artículo resultaría inconcebible que se honrara en estos días a un fascista. Sin embargo lo que la inmensa mayoría de españoles hicieron no fue eso; honraron al primer presidente de la democracia actual, al hombre que junto a otros (dentro y fuera del Franquismo) desmontó el régimen franquista desde dentro y llevó al país a unas elecciones libres, con partidos políticos libres, amnistía, Cortes Constituyentes y la Constitución de 1978. No fue obra suya en exclusiva aquello que se ha venido a llamar La Transición (1975-1979), pero sí representa uno de sus mitos. Un acontecimiento que, a su vez, vive un proceso de «desmitificación» y de desmontaje por un cada vez más amplio sector de la izquierda y también de parte de la derecha. Un ejemplo de ello lo tenemos en el libro de Ferrán Gallego El mito de la Transición (2008), donde se nos dice que la Transición fue un pacto de elites, donde los franquistas siempre tuvieron el control. Sin embargo, la historia de las colectividades humanas sigue sorprendiéndonos y cuando se daba por muerta a la Transición, la muerte de Suárez ha hecho que el mito reviva. Y es que la España actual necesita algún referente en el que verse representada como colectividad. Obviamente Suárez tuvo sus zonas oscuras, su falta de ideas políticas claras, sus concesiones a unos y a otros. Pero no se honra tanto al hombre sino al mito, que obviamente se apoya en unos hechos objetivos: se pasó políticamente de la dictadura a la democracia y sin mediar una guerra civil. Ya con eso, muchas naciones no han construido sus mitos fundacionales, sino toda una saga tolkeniana: 1776 y 1863 en EEUU (con la esclavitud de fondo), 1789 en Francia (con sus claroscuros de guillotinas y sangre),  1989 en Alemania, etc. El epitafio en la lápida de Suárez resume nuestro mito fundacional: «la concordia fue posible».

 
 
 

DIEGO CAÑAMERO 22M-2014

Diego Cañamero el 22-M en Madrid
(2014)

 
 
 

   Pero en  España todo es siempre algo diferente. Así no nos debiera extrañar que entre esos miles de españoles que asistieron el lunes 23 de marzo [de 2014] a la capilla fúnebre de Suárez, un día antes participaran en la «Marcha de la Dignidad» en ese mismo Madrid. Un evento patrocinado por sindicatos y asociaciones de izquierda  que en su manifiesto expresaban que: «La descomposición del régimen surgido de la Constitución del 78 se hace evidente debido a los mismos elementos presentes en su nacimiento, el cual tuvo lugar en contra del pueblo, está corroído por la corrupción y no tiene ninguna legitimidad». Podrían parecer proféticas estas palabras cuando en aquellas horas estaba en plena agonía Suárez. El 22-M se ponía de manifiesto, nunca mejor dicho, la idea de que la Transición fue hecha «contra el pueblo», que fue una farsa y que es necesaria la ruptura que en 1975 no se produjo. Resulta altamente ilustrativo el discurso que realizó el líder del Sindicato Andaluz de Trabajadores (SAT), Diego Cañamero, al finalizar la marcha. Ante miles de congregados, (rodeado de banderas comunistas, republicanas, anarquistas y de las diferentes regiones), el líder de la Andalucía profunda tuvo su momento de gloria mediática a nivel nacional. Lo que vino a decir fue que era necesaria la lucha contra un Gobierno que traicionaba al pueblo, que era necesario llevarlo ante un Tribunal que lo juzgase y metiera en la cárcel a sus miembros (una especie de Tribunal Revolucionario al estilo jacobino, pero sin guillotina) porque eran los descendientes del franquismo. Y era necesario saldar esa cuenta pendiente que la Transición había evitado y por ello pedía ni más ni menos que un nuevo Frente Popular. Al final apeló al espíritu de Espartaco, el líder de la revuelta de esclavos en la Roma republicana , como modelo de lucha para los «nuevos esclavos» del siglo XXI. Volvamos por un momento a la tan querida, por muchos de los que participaron en dicha marcha, II República. Manuel Azaña, líder de la izquierda burguesa, en un multitudinario mitin en octubre de 1935 afirmaba lo siguiente:

   «Porque la condiciones del sufragio en una democracia cambian legítimamente las posiciones políticas y las orientaciones del Gobierno, y nosotros mismos cuando… estuvimos en el poder… nunca hemos rechazado la eventualidad de [la] posible victoria del espíritu moderado del país [que] hubiese de conquistar un día el Gobierno de la República…»

   No obstante, para que ello fuera lo normal Azaña se refería que era necesario dos condicionantes: que no se «pretendiera aniquilar al bando contrario» y que hubiese un «espíritu de continuidad». Tolerancia y continuidad, palabras que bien podrían haber estado en el epitafio de Adolfo Suárez. Si el 22-M miles de personas daban por muerta la Transición, al día siguiente otros miles la revivían para sorpresa de muchos. Así es España. Por unos días (muchos dirán que es producto del bombardeo de los medios) tolerancia, continuidad y concordia formaron parte de nuestro vocabulario político.

 
 
 

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