PENÉLOPE. Por José Manuel Colubi Falcó

 

OdiseoyPenélope-FrancescoPrimaticcioOdiseo y Penélope

Francesco Primaticcio

1505-1570

 

«Esto es la tela de Penélope», suele decirse cuando se hace algo cuyo fin no se ve nunca. Su origen está en la segunda obra de la historia literaria europea, la Odisea, el poema de Odiseo, de Ulises, cuyas aventuras canta Homero, hasta su llegada a la patria, Ítaca, después de diez años de guerra en Troya y otros tantos de regreso peregrino por el mar. Allí lo recibe su mujer, Penélope, no sin prevención ni recelos, quien lo somete a prueba para asegurarse de que aquel mendigo es realmente su marido, el rey de Ítaca.

         Penélope es, en la Odisea, el símbolo de la fidelidad conyugal y de la astucia femenina, consonante con la sagacidad de su amado y esperado marido, Odiseo, «fecundo en recursos», según traducción del doctor Segalá. Hija de Icario y de la náyade Peribea, Penélope es el premio que recibe Ulises por su triunfo en una carrera sobre los otros pretendientes. Reyes de Ítaca, su vida feliz se ve turbada por el rapto de Helena, que obliga al rey a partir en dirección a Troya junto con los otros príncipes griegos, para vengar la afrenta. Tomada la ciudad después de diez años largos de guerra, todos emprenden el regreso, nóstos, nostálgicos de sus respectivas patrias.

         Mas no todos llegaron en breve. Ulises y sus compañeros navegaron, perdidos, durante mucho tiempo, hasta que el año décimo pisó nuevamente Ítaca nuestro héroe. Durante veinte años, pues, guarda su ausencia la fiel Penélope, en casa, donde al poco de la partida de Odiseo comienzan a asediarla innúmeros pretendientes, los jóvenes de esas tierras, prendados de su hermosura y de sus virtudes, quienes en palacio viven una vida regalada, indiferentes a los reproches de la reina. Ésta, agobiada por sus solicitudes, promete casarse con el que ella elija cuando haya terminado el sudario de su anciano suegro Laertes. Sellado el pacto, la reina teje el sudario de día, mas de noche desteje todo lo que durante el día ha tejido, y así pasan los meses y los años hasta que, desvelado el ardid por una de las criadas, no tiene más remedio que terminarlo. Mas Penélope, consciente de la debilidad de aquellos jóvenes que vivían hundidos en la molicie, para librarse de ellos y seguir esperando a su marido, promete casarse con aquel que logre tensar el arco de Ulises en una prueba común a todos en presencia de los itacenses. Llegado el día y ante los espectadores, como nadie fuera capaz de tensar el arco, un mendigo se presenta, apela a la equidad de los jueces y a la promesa hecha por la reina y, aceptado en el certamen, toma el arco, lo tensa y se manifiesta al pueblo y a la reina como Ulises, el rey, feliz por pisar nuevamente su patria tierra. Alcínoo, rey de los feacios, había hecho posible su regreso.

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