VICENTE NÚÑEZ, IV: «EL CALABRÉS». Antonio Luis Albás, (2014)

 

   MUCHO después del tiempo de los largos paseos

por la orilla del mar hasta la cruz de El Santo

—época de las viejas melancolías grises,

de listados crespones y errantes tunicelas—,

llegué a ti en una fuerte y enterrada mañana.

La plaza era una joven de cabellos dispersos,

y el folio acribillado de un cartel veraniego

derrumbaba la lona final del «Norman Circus».

A pesar de la lluvia que azotaba las calles,

yo debía encontrarte; y durante los días

de reclusión, de radio y tediosas visitas

mi soledad cantaba como un pájaro herido

que mostrara sus alas enfermas de clausura.

 

   Yo odiaba el sol, la risa y el mar azul e inmóvil,

pues sabía que tú por ahí no vendrías;

y te buscaba sólo por los acantilados,

por las vegas feraces de espesura y de légamo,

por las rocas que horadan las olas, por las playas

más desiertas y extrañas, por San Cristóbal, donde

me estabas aguardando sin aún yo saberlo

en el humilde y bronco «Calabrés» de la dicha.

 

   Comenzaron entonces a arreciar las tormentas,

y en las tardes más crudas yo salía a tu encuentro

y te llevaba tiernas señales escondidas:

ramas que el aguacero hizo caer y cartas

escritas en la vela tenaz de la amargura.

Y llegué a confesarte que adoraba la lluvia

porque tus ojos eran semejantes a ella

y su color ponía entre el vino y el llanto

una muralla verde de inmortal pesadumbre.

 

   Adoré el pueblo roto, como a un viejo guerrero

que agonizara lejos de su patria; tu pueblo

húmedo y triste siempre, de iglesias solitarias,

de sórdidos casinos de gas parpadeante,

de parrizas oscuras, de huertos y atalayas

adonde tú subías y estudiabas a veces.

 

   Adoré la salvaje belleza de la fábrica

tendida sobre un campo de espléndidos cultivos,

y el callejón de tapias combatidas y bajas

que serpea entre fincas y haciendas casi ocultas.

Adoré Monte Mero, que me llevaba a ti

y que yace debajo de los rojos alfares;

y los largos caminos mojados, y los árboles

puros e impetuosos de final de noviembre,

y «El Calabrés» sumido frente al mar, y las teas

que en el copo nocturno sostienen los muchachos…

 

   Y sólo allí mi vida fue sombría y dichosa,

a un tiempo irreductible y pronta a la aventura.

Sólo en «El Calabrés», de nombre amargo y suave,

donde tú me esperabas una vez sin saberlo.

 

[Vicente Núñez, Los días terrestres (1957),

incluido en Poesía (1954-1990).

Edita Excma. Diputación Provincial de Córdoba.

Págs. 54 y 55.

Córdoba 1994]

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VICENTE NÚÑEZ, I: Primera Epístola a los Ipagrenses. Antonio Luis Albás (2014)

VICENTE NÚÑEZ, II: Plaza Octogonal, I y Homenaje a Juan Vicente Gutiérrez de Salamanca y Fernández de Córdoba. Antonio Luis Albás, (2014)

VICENTE NÚÑEZ, III: De la Plaza Octogonal; Piedra y Cielo y Homenaje a Juan Vicente Gutiérrez de Salamanca y Fernández de Córdoba. Antonio Luis Albás, (2014)

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