EN UN MOLINO ÁRABE. Poema de Vicente Núñez en «CARMINA», Aniversario X

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DESDE el rango que impuso en ti aquel siglo

cuya informe tarea

hoy nos levanta indemnes

sobre el escombro que enguirnalda el Betis,

piedra y dominio, poderoso río,

vencidos ante ti, te mortifican.

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No con veloces ojos de codicia

o de ilegal donaire

llegues, tú que de urgencias

te creíste insaciable:

un canon de amargura semejante a la tuya

implantarías entre quienes, vivos,

cruzan bajo las bóvedas con más suaves cadenas.

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Ellos, sujetos a distinto curso,

ni tienen en ti parte ni gradúan

la soledad de quien, devuelto al tiempo,

halla usurpada su mansión antigua

por un linaje inmune a la venganza.

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Perder, un viejo frente, sí; pero, abatidos,

sin igualar justicia a vencimiento,

aquellos muros no se allanan, viven,

vuelven a alzar su enseña y desmesura

en un campo contrario

a la hostil convivencia.

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Inútil es entonces encararse

a lo que, como restos,

permanece invencible. Su semilla

ya no germina en nuestros corazones;

los infecta y arrasa, cuando ella

sólo pudo formarse a expensas nuestras.

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¿No es en este remanso más grave la belleza?

¿O pasa, como el agua

entre la red, desnuda y fugitiva

tras la bodega, el canalillo, el foso,

la aceña y los senderos que conducen al dique?

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Pues aquí la belleza silbó bajo los arcos,

y era una cinta indómita su brío.

Vino cargada y no advirtió su yugo,

y, todavía, ligera,

tomó en el duro hierro del gimnasio

un sorbo matinal de compostura.

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Su cuerpo entonces no transige

más que consigo mismo,

y por eso es tan ágil su abrazo en la mañana.

Su cuerpo no consume

más que instantes o espumas,

y elástico y siniestro, en la argamasa justa

de todo cuanto impone desdén hacia la muerte,

levanta irresistible su parteluz sonoro.

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Ajeno al fatigoso botín de los sentidos,

que medra en torvas cámaras

donde rige el hastío,

surge recién salvado de esa muerte que ignoras:

punto y recinto a la congoja tuya,

que ha vuelto transitorias tales eternidades.

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Y así, si, en el encuentro con la belleza, acaso

una ínfula sólo de su estéril tocado

rozó tu vida, cede.

Y, escombro de ti mismo,

mira perdidos, desde

un extremo a otro extremo,

la gloria de aquel siglo

y el día en que la cantas,

canto tú de ninguno.

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