PESADILLA A PLAZO FIJO. Drama onírico-especulativo en medio acto y dos escenas. Rafael Rodríguez González, 2008

El teatro en el K.T., Budapest 2000 (manipulada)

Crónica publicada en el diario alcalareño “Ecos del dragón”:

Se celebró el estreno y desestreno mundial en la sesión celebrada en las dependencias de la redacción de La Voz de Alcalá el 25 de Abril de 2008 de la obra “Pesadilla a plazo fijo” en dos escenas y medio acto, en lo que pretendía ser un drama onírico-especulativo. El origen de esta que a duras penas podemos llamar obra fue el trago que durante meses y meses, y a diario, tuvo que pasar el director del quincenal local “La Voz de Alcalá”, Enrique Sánchez Díaz, debido a la ausencia de la redactora jefa del periódico porque, cosa de mujeres, tuvo un hijo, y quien la sustituyó durante esos largos meses de permiso pre y sobre todo postmaternal no era lo que podríamos llamar el colmo de la competencia. En resumidas cuentas, que la obra quería servir de homenaje o desagravio al citado señor. Por deferencia a nuestros compañeros del citado periódico ofrecemos los siguientes datos:

Relator, declamante y recitador: Lauro Gandul Verdún.

Cuadro de actores: El citado y Antonio García Mora, Olga Duarte Piña, Octavio Sánchez Ramos y Javier Jiménez Rodríguez. En honor a la verdad, todos estuvieron a la altura de sus papeles, aunque destacó el último citado, a pesar de la brevedad de su papel o precisamente por eso.

Autor: Gerard Depardieu bajo disfraz alterno de Buster Keaton y Harold Lloyd.

Asistentes, además de los ya citados: Carlos García Gandul, Francisco López Pérez, Alejandro Calderón, Rafael Rodríguez, Pedro Gándara, José Francés, Isabel Asensio, Miguel Ángel Oliveros y, casi sin saberlo, Enrique Sánchez Díaz (nótese la falta de paridad de género).

Al término se produjo un gran aplauso para el homenajeado y otro para la obra, cosa ésta nada sorprendente si se tiene en cuenta que prácticamente la mitad de los reunidos pertenecían al cuadro artístico, y además estaban el autor y el homenajeado, y que una de las presentes es empleada. Debemos finalizar esta amable crónica con un: ¡así cualquiera!

ESCENA PRIMERA

El reloj despertador marca las once y media (de la noche). La mujer ya está acostada, aunque despierta, cuando el hombre se sienta en la cama y resopla pesadamente (aquí el actor resopla sonoramente). Transcurren unos instantes antes de que se tienda.

Ella .- ¿Qué te pasa?

Él .- Que estoy tan cansado que no sé si cogeré el sueño.

Ella.- ¡Ay! Si es que no paras. Menos mal que mañana…

Él coge un libro de la mesita de noche. Es un volumen que equivocadamente le han devuelto por otro. Se trata del Teatro completo, de Antón Pavlovich Chéjov. Lo abre por una página cualquiera y lee algunas líneas “La Humanidad es un camino en marcha que lleva a la felicidad suprema, la cual es posible en este mundo. Yo me hallo en las primeras filas” (palabras del personaje Trofimov, de El Jardín de los Cerezos). Nuestro personaje opta por cerrar el libro y apagar la luz; quiere dormir, no ponerse a pensar, lo que además le resultaría casi imposible. Aunque cierra los ojos sigue despierto por un buen rato; mientras se va adormilando muy poco a poco por su cabeza cruzan imágenes del día que ha finalizado. Por fin, y tras dar varias vueltas en la cama, lo que ha hecho despertar a la mujer por un instante, ya que enseguida vuelve a dormirse porque no le extraña el agitado reposo del marido (“reposo” es término muy excesivo para el caso), el hombre cae en el sueño y en los sueños.

Aparece en el caletre inconsciente la escena que ha vivido ese día por la mañana con dos amigos, mientras desayunaban. Están hablando del flamenco, de las tantas fotografías que ha hecho sobre ese tema, algunas de las cuales aparecen y desaparecen sucediéndose, a modo de flashes; algunas se repiten, y entonces oye a un cantaor, que no canta sino que recita o sentencia, que en la conversación han recordado.

En la casa de las penas

ya no me quieren a mí,

porque tengo yo más penas

que las que caben allí

Quisiera verte y no verte,

quisiera hablarte y no hablarte,

quisiera no conocerte

para poder olvidarte

Oye voces llamando a una mujer por un nombre que no distingue. Él está llegando al puente después de una caminata que ha tenido que ser muy larga, bajo un sol abrasador y chorreándole el sudor; ya chasquea sin sonido su lengua seca pensando en el agua que le espera, las paredes de la boca son como reversos de azulejos, no hay nadie por el camino, no puede más; es el primer día del mes, o es el quince, cree que llega a un oasis, pero no, apenas bebe ha de volver al camino, igual de agotado, ya tembloroso, trastabillante; la luz es cegadora, líneas fulgurantes llenan sus ojos hasta dañarlos.

En ese mismo momento se despierta, sobresaltado. La sed es intensa, y se pregunta si lo que ha comido se la estará produciendo. Y se responde que no, que es imposible, cómo una tortilla francesa sin sal y un vaso de leche van a ser los culpables de tanta sed. Bebe del vaso que hay en la mesita, hasta agotar toda su agua. Se revuelve e intenta otra vez dormir, consiguiéndolo sin conseguirlo. Al rato vuelve a oír al cantaor:

Cuando un hombre que es muy hombre

las lágrimas deja ver,

allá en el fondo del alma

¡qué pena debe tener!

Cada día me parece

que no puedo sufrir más,

y cada día me traes

un aumento de pesar

Se le aparecen repentina y calidoscópicamente turbias imágenes de mujer, de mujeres, cada una de las cuales pronuncia sus apelativos ante el soñador dormido mientras éste permanece sentado en un sillón al que está atado aun sin cuerdas: ¡Soy Isabel de Farnesio! ¡Yo soy la Católica! ¡Aquí está Isabel II, hija de Fernando VII, madre de Alfonso XII, abuela de Alfonso XIII, tatarabuela de Juan Carlos I y qué sé yo de Felipe ese de Asturias! ¡Y yo Isabel II, la suegra de Diana de Gales! ¡Y yo Santa Isabel de Hungría! ¡Pues yo soy Isabel de Portugal! ¡Aquí estoy yo, Isabel Cristina, emperatriz de Alemania! ¡Yo soy Isabelita Espinosa, la que le dijo a Gandulfo, cuando éste tenía cuarenta años y yo noventa, mientras me arreglaba los pies: “Ay, Francisco, no sé lo que vamos a hacer cuando usted falte”. Isabel es la mujer que le quita el sueño como no se lo ha quitado ninguna otra, ni siquiera la que yace junto a él, o casi. ¿Pero quién es esa Isabel, por todos los diablos?

El soñante abre una puerta sirviéndose de dos llaves, se encuentra flotando en el aire varios ordenadores que tiene que esquivar, entre ellos un portátil; en el suelo hay un montón de ejemplares de un periódico, desperdigados a todas luces intencionadamente, con casi todas las páginas en blanco; las fotografías que debieran estar en las páginas también están en el suelo, otras también flotan, todo está en un absoluto desorden, suena el teléfono sin cesar, llaman a la puerta una y otra vez; está asustado, profundamente agobiado, quiere salir, dejar de ver todo esto, tan absurdo todo. Una voz femenina se oye a la vez lejana y próxima (interviene la actriz): “¡Soy Isabel! ¡Soy Isabel!”.

Tiene que vomitar, y lo hace. Sale de ese lugar, dando inciertas patadas a los papeles que cubren el suelo. Al salir a la calle ve una inscripción en la fachada de enfrente:

En la puerta de La Voz

hay escrito con carbón:

“Aquí el bueno se hace malo

y el malo se hace peor”

Es raro, ha recibido un mensaje en su teléfono celular, cuando el número no lo saben más allá de dos personas:

Aquel que empieza una obra,

razón será que la acabe,

para que nunca se diga

que la dejó por cobarde

Unos versos de Lope de Vega que aprendió en su niñez también aparecen en su sueño, no distingue quien los pronuncia, pero cree que es él mismo:

Yo he de morir y ya se acerca el día,

que el mal en mi salud su curso hace

y cuando llega el bien es poco y tarde

Se despierta de nuevo y va a la cocina a beber agua. También va al cuarto de baño. Mientras alivia su vejiga por la micción, su cabeza atorada no da pie con bola, nada se pone en orden. El sudor llena su frente y su cuello. Al fin regresa a la cama y cae dormido, extenuado. Ni para soñar le quedan ya fuerzas.

ESCENA SEGUNDA

Ella (ya levantada y arreglada).- ¡Enrique, chiquillo, levántate!

Él.- ¡¿Eh, qué, qué pasa?!

Ella:- ¿Tú sabes la hora que es? Que te ha llamado Isabel, que si vas a ir que te están esperando en el periódico. Mira que no ir a recibirla el primer día, después de tanto tiempo…

Cae el telón y termina el sufrimiento.

Con las más sentidas condolencias, algunos de tus amigos

Abril de 2008

2 comments.

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