«PANEM ET CIRCENSES». Por José Manuel Colubi Falcó

  

“Pan y circo”, expresión célebre de Décimo Junio Juvenal (Sátira X, 81) con la que el poeta latino denuncia con tristeza y dolor el ideal y las aspiraciones del romano decadente: reparto de trigo y espectáculos circenses (todo gratuito, por supuesto). La frase ha alcanzado fortuna por su concisión y exactitud, e incluso permitido adaptaciones y sustituciones según el momento histórico: “Pan y toros” hemos oído decir con amargura a nuestros abuelos, y, hoy, “Pan y fútbol”, dichos que se comentan por sí mismos.

             Los espectáculos circenses, que los emperadores ofrecían con generosidad (así obviaban problemas), tenían por escenarios el circo (Máximo, Flaminio) y el anfiteatro Flavio (Coliseo), y sus protagonistas eran los gladiadores (de gladius, espada), quienes, reclutados entre prisioneros y condenados a la pena capital o a trabajos forzados –para redimirse haciendo méritos en la arena durante cierto tiempo-, combatían con fieras (uenationes o cacerías) o entre sí con armas distintas (con red, puñal y tridente los reciarios; otros, con escudo, espada, lanza, casco, sobre carros, a caballo, etc), hasta que caía herido el rival, cuya suerte dependía del público: los pañuelos significaban el perdón, el puño con el pulgar hacia abajo, la muerte. Fácil es adivinar los gritos: “¡Mátalo!, ¡machácalo!” y otras lindezas. También eran protagonistas los reos de pena capital, cuyas ejecuciones deleitaban a la masa envilecida; pocas veces de desaprobación (entre ellas, la de Séneca) se levantaron contra degüellos, crucifixiones y despedazamientos por bestias salvajes.

             Pero el espectáculo más atractivo para la masa era la carrera de carros, con tiros de dos (bigas) o de cuatro caballos (cuadrigas), bajo la dirección de aurigas (esclavos o libertos), en el circo y con la participación de cuatro equipos (blanco, verde, rojo, azul); consistía en dar varias vueltas, desde la carcer o salida, a la esquina del mismo, venciendo la dificultad de la curva de la meta, en el otro extremo, hasta alcanzar el número fijado. Y el poeta añade que el griterío le hacía deducir el triunfo de los verdes (de la plebe), y el silencio, el de los azules (de los patricios). Igual que cuando marca un gol el equipo local… o el visitante.

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