MIDAS. Por José Manuel Colubi Falcó

Midas ante  Baco
 Nicolás Poussin
1594-1665
 

Los relatos de Midas, de Creso, del becerro de oro –personaje del mito aquél, histórico el segundo, figura de la Historia Sagrada el último- han estado siempre, hoy también, de actualidad. Expresa o tácitamente admirados o vituperados, han alcanzado la categoría de símbolos: así, el hombre que hace pingües negocios es un midas, el inmensamente rico un creso, y de la sociedad materialista que rinde culto al dinero se dice que venera el becerro de oro. Midas, protagonista de varias leyendas, es conocido sobre todo por su relación con el dios Baco. Se cuenta que el viejo Sileno, educador de Dioniso, se había extraviado del cortejo del dios y estaba durmiendo su borrachera en los montes de Frigia, donde lo hallan unos campesinos que lo conducen, atado con guirnaldas, a presencia de su rey, Midas, que así se llama, apercibido de quién es, le da hospitalidad y luego lo restituye al séquito del dios. Éste, agradecido, le pregunta qué desea, con objeto de dárselo en don. «Que todo cuanto yo toque –dice Midas- se convierta en oro».

             Y así sucede: el rey toca una rama y al punto se convierte en oro, pero también el vino y los manjares que le sirven sus servidores, de suerte que Midas, acuciado por el hambre y la sed, comprende cuán necio había sido su deseo y ruega al dios que revoque el beneficio: cumpliendo las órdenes de Baco se lava en las aguas del Pactolo y pierde tal facultad, pero desde entonces las arenas del río son auríferas. Menos conocida es la leyenda del certamen musical entre Pan y Apolo, entre la siringa, flauta de Pan de caña, de siete tubos, -la de los afiladores ambulantes- y la lira del dios de la armonía.

             Cuenta el mito que, cierta vez, Pan retó a Apolo a que compitiera con él en un concurso. Elegido árbitro el viejo Tmolo, ante éste y un nutrido auditorio formado por las ninfas y Midas, ambos contrincantes ofrecieron lo mejor de su repertorio: Pan logra modular con su siringa unos aires musicales que a Midas le parecen más armoniosos que los de la lira de Apolo.

             El juez, Tmolo, declara vencedor al último, en medio de una gran ovación de las ninfas, y sólo el estulto rey de Frigia defiende los méritos de Pan; mas mientras perora en pro de éste, percibe que de su cabeza, entre los cabellos, crecen desmesuradamente dos orejas de burro, largas y llenas de vello.

             No había llegado aún a aquel mundo la moderna pedagogía. Eso parece.

 

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