ANDROCLO Y EL LEÓN. Por José Manuel Colubi Falcó

 

 Una ilustración de John D. Batten  (1860-1932)
sobre la historia de Androclo y el león
contenida en el libro «Europa’s fairy book»  de Joseph Jacobs (1854-1916)
 

 

ATROCIDADES se cuentan, y muchas, de los circos y de los anfiteatros romanos, mas también a veces puede leerse alguna historia o leyenda feliz. Así, Aulio Gelio, en Noches áticas V, 14, refiere una, tomada de un testigo.

 

            Cuenta que, cierta vez, cuando se ofrecía al pueblo una copiosísima cacería, entre las muchas fieras de tamaño y fiereza extraordinarios, destacaba un león de enormes proporciones, que atrajo la atención de todos los espectadores. Uno de los condenados in ludum, ad bestias, a los juegos, a las bestias, era cierto Androclo, siervo de un varón consular, que, lógicamente, estaba casi exánime de miedo ante su más que cierto futuro; lo vio el león de lejos, se paró de repente y, luego, poco a poco, admirado, como reconociéndolo, se acerca a él moviendo «la cola según el rito y la costumbre de los perros cuando adulan, … se pega al hombre y con la lengua le acaricia cariñosamente las piernas y las manos. El siervo Androclo recupera el ánimo perdido y dirige sus ojos a la contemplación del león», y entonces, entre clamores, se les pudo ver abrazados, a hombre y león, contentos y felices.

 

            El César hizo venir a Androclo para preguntarle por la causa de tan raro suceso. La respuesta fue digna de la novela más fantástica: Siendo su amo gobernador de África, Androclo, azotado todos los días, se ve obligado a huir al desierto, donde halla refugio en una cueva, la misma a la que, al poco, acude un león que, entre gemidos, le levanta una pata en la que tiene clavada una astilla; el siervo, azorado, le arranca la astilla, aprieta la herida, saca el pus hasta que sale sangre natural, y la lava. Desde entonces, hombre y bestia hacen vida común durante tres años, comiendo el mismo alimento, carne, que trae el león y que con los rayos solares de mediodía asa Androclo para su sustento. Así hasta que el siervo, harto de aquella vida de fiera, abandona la cueva, con tan mala fortuna que, al poco, es capturado por unos soldados y restituido a su amo, ya en Roma. El resto se adivina fácilmente. Y se pudo ver, en Roma, a Androclo y al león, atado éste con suave correa, recorrer las tiendas; el uno recibía dinero, el otro, flores, y se decía: «Éste es el león huésped del hombre, éste, el hombre médico del león».

 

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