LA LENGUA. Por José Manuel Colubi Falcó

 

Esopo

Por Velázquez

(1599-1660)

 

Hace muchos años leí, en la Vida de Esopo, una historia cuyo protagonista era él, a la sazón esclavo de confianza de Janto. En cierta ocasión, éste le encargó que preparase una cena con lo mejor que hallara en el mercado, pues había invitado a unos amigos. El fabulista lo hizo y sirvió unos platos a base de lenguas guisadas de mil maneras. Y preguntado el porqué, respondió que la lengua es lo mejor que hay en el mundo: por ella se ordena el saber, la cultura, el Estado, se fijan las leyes, las normas, etc. El amo hízole el mismo encargo para el día siguiente, pero con lo peor que pudiera haber en el mercado, dado que los convidados eran antipáticos, y Esopo, obediente, volvió a servir una cena con lenguas condimentadas muy variamente. Y a la pertinente pregunta dio sabia respuesta: la lengua es también lo peor que existe, porque por ella hay odios, engaños, rivalidades, guerras, etc.

 

Fotograma de Ciudadano Kane

película que trata sobre 

William Randolph Hearst

por Orson Welles

(1915-1985)

 

   La metáfora del fabulista es clara, y el mensaje, implícito, más. En griego están escritas sus fábulas, y sabido es que entre los griegos la lengua pasaba por ser el mayor don que los dioses hicieron a los hombres: el lógos, la palabra –y las palabras constituyen la lengua-, es la sede, el templo, la morada, el hogar del concepto, de la idea que transmitimos al prójimo o recibimos del mismo, y de ahí el culto que siempre le rindieron, y el afán de precisión, exactitud y elegancia en la expresión que culminaron en sus creaciones de oratoria y retórica, en su investigación filosófico-científica, en sus excelsas obras literarias; espíritu, actitud, afán que continuaron luego sus hijos y discípulos, padres nuestros, los romanos, y hoy, entre nosotros, hállanse quintaesenciados en la plegaria que Juan Ramón eleva a la Inteligencia: «¡Dame el nombre exacto de las cosas!… Que mi palabra sea la cosa misma, creada por mi alma nuevamente. Que por mí vayan todos los que no las conocen, a las cosas».

   Y de ahí también que denunciaran, unos y otros, el peligro de su manipulación, el de su corrupción con fines espurios. Ya Tucidides, en su búsqueda de la objetividad y con ese estilo suyo seco y desapasionado, nos dice que, en situaciones convulsas o de riesgo, tanto los pueblos como los individuos recurren a la tergiversación de las palabras, a la alteración del significado propio de las mismas con objeto de justificar actos que de otro modo serían reprobables. Y, entre los romanos, Cicerón, orador célebre universalmente y quincenalmente recordado en estas páginas ( de La Voz de Alcalá), en su De re publica, pone en boca de otro personaje universal, Escipión, unas palabras que son tanto del ayer como del hoy y denuncian unos hechos que no por antiguos dejan de ser menos actuales; en un coloquio en el que se habla del voto o sufragio y de la sentencia del juez, y de su corrupción, es decir, del soborno y del engaño, el Africano dice: «Y pues en el Estado nada debe haber tan incorrupto como el sufragio, como la sentencia, no entiendo por qué el que ha corrompido con dinero es digno de un castigo, mientras que el que lo ha hecho con la elocuencia encima se lleva alabanzas. A mí, ciertamente, me parece que hace más daño el que corrompe a un juez con su discurso que el que lo corrompe con dinero,  porque nadie puede corromper con dinero a un hombre honrado, mas con la palabra puede».

   Nunca me apenará haber comenzado mis estudios de latín a los diez años y los de griego a los catorce, como era normal entonces. Son dos lenguas ricas y rigurosas, universales, vivas y muy vivas, que, madres de las nuestras y nodrizas de todas, nos hacen penetrar en las profundidades de las palabras, adentrarnos en sus arcanos y hallar ese nombre exacto de las cosas que suplica Juan Ramón en su plegaria. Y también expresarnos con rigor, sencillez y belleza, que, contra lo que se cree, no están reñidos, aunque, eso sí, exigen esfuerzo. En mi actividad profesional –y los institutos Cristóbal de Monroy y Albero han sido escenarios de casi dos tercios de la misma- he insistido siempre en la necesidad de ser filólogos –amantes de la palabra- para que ella nos sirva, es decir, sea nuestra sierva. Y cuantas más siervas de éstas tengamos, mejor, pues mayor será nuestra riqueza intelectual, de conceptos, de ideas, de conocimientos, o sea, de sabiduría. Y ese amor implica respeto a su significado. ¿Hoy se dan aquél y éste? Sinceramente, yo no los veo, sino auge de sus contrarios, fenómeno que algunos llaman babelización y yo misología (de misos, odio, aversión, de misein, odiar); (ab)usos impropios, significaciones disparatadas, confusión de elocuencia y charlatanería, imprecisión incluso en disposiciones que regulan nuestra convivencia, alternancia de significados contrarios según corren los días –y las conveniencias-, desconsideración interesada de cláusulas dentro de los períodos, todo contra la transmisión del conocimiento, contra la persona, en suma. Porque, como ha demostrado repetidas veces la Historia, esa actitud respecto de la lengua, si se lleva a las leyes –cuyos preceptos son expresados mediante palabras- , conduce a la inseguridad jurídica, indeseable por demás, pues del individuo hace un súbdito aunque bajo la apariencia de ciudadano. ¿Catastrofismo? ¿Visión trágica de las cosas? El lector juzgará. Yo sólo quiero terminar invitándole a que vea la viñeta del maestro de nuestros humoristas –son éstos, los humoristas, quienes mejor retratan los tiempos que viven las sociedades-, don Antonio Mingote, aparecida en el ABC del miércoles 21 de diciembre de 2005; en ella, una manifestación multitudinaria porta una pancarta cuya leyenda dice: «Al pan, pan, y al vino, vino», y un progre que la contempla con cara de pocos amigos exclama despectivamente: «Reaccionarios». Intelligenti pauca, en latín, que los españoles han traducido: «Al buen entendedor, pocas palabras».

   P. s. Durante el curso académico 1958-1959, los alumnos de Letras de Preuniversitario, cuyas edades oscilaban entre los dieciséis y los dieciocho años, tradujeron, entre las obras de Cicerón, el tratado De re publica, «Del Estado», y entre las de Juan Crisóstomo, la Homilía en defensa de Eutropio, cuyo estudio, además de hacerlos ahondar en el conocimiento de las lenguas latina, griega, española y otras muchas, romances y no romances, y en la adquisición de una base lingüística muy amplia y profunda, los enriquecía en principios éticos.

 

3 comments.

  1. […] artistas, y predica la moderación en el vientre, el sexo, la lengua. En fin, profundo conocedor de esa lengua, que es lo mejor y lo peor que hay en el hombre, dice que el ágora (donde se celebran asambleas, mercados y se administra justicia) es lugar […]

  2. […] Durante la primaria solíamos leer textos de Historia Sagrada y esas breves piezas literarias que son las fábulas. Lecturas fructíferas, pues nos preparaban para la vida en todos los órdenes, incluida la economía, tan de moda hoy. Sirvan de ejemplo este pasaje del Génesis y dos fábulas de Esopo. […]

  3. […] artistas, y predica la moderación en el vientre, el sexo, la lengua. En fin, profundo conocedor de esa lengua, que es lo mejor y lo peor que hay en el hombre, dice que el ágora (donde se celebran asambleas, mercados y se administra justicia) es lugar […]

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