LUIS CARO («Historias de vidas» por Olga Duarte Piña y Lauro Gandul Verdún, 2005)


El pintor Luis Caro tirando una foto al fotógrafo y al fondo su amigo Antonio Mancera
(Gandul, 1989-LGV)

 

En Higuera de Vargas vivía su abuela materna. En la casa de ésta nació, pero donde vivió hasta los ocho años fue en Aceuchal, pueblo donde su padre ejercía como maestro de escuela. Su padre era de Olivenza y su madre de Higuera de Vargas. A los ocho años lo llevaron a Alcalá. De su infancia extremeña sólo recuerda, como una ensoñación, un pilar junto a una fuente donde abrevaban las bestias y había caracoles con los que jugaba.

            En tren llegó a Alcalá con sus padres y sus hermanos. Se alojaron en la vivienda de su tía María en la Blanca Paloma. Poco tiempo después, se trasladaron a una casa de vecinos donde su padre alquiló unas habitaciones , en la calle Sánchez Perrier, mientras construían las casas de los maestros de los Grupos Viejos. En la esquina de la calle Domínguez Gómez con la calle Silos se construyen las primeras y le dan a su padre una. Su padre era entonces maestro en los Grupos Nuevos. Ese año le tocó con él. También recuerda a D. Manuel Bernáldez de la Rosa en la cuarta, y en la quinta a D. Manuel Pérez Vázquez, que fue quien le animó por primera vez a dibujar, aunque él desde chico ya dibujaba porque veía hacerlo a sus hermanos mayores, Manolo y Remigio, que le llevan diez y once años.

            …Para Luis Caro ser artista es una condición y supone correr riesgos, supone la autoimposición de una disciplina donde uno marca sus propios horarios y quehaceres. La inspiración cuando viene tiene que coger al artista trabajando, con las manos ocupadas, con los materiales.

            Luis Caro nos refiere que se ha dedicado principalmente a la pintura al óleo. Ahí es donde más ha indagado. Para él su pintura al óleo es un dibujo con mucho color y el dibujo es la estructura de la realidad. Una mancha de color no tiene forma, ésta se la da el dibujo. Si no se sabe dibujar no se sabrá componer el espacio. A él le subyuga la realidad y afirma que la naturaleza debe ser observada por el pintor igual que un científico.

            La primera vez que viaja a París fue en el año que murió Franco. Rafael Luna estaba allí ya y también Luis Benítez Díaz, que le repetían, por carta o por teléfono, que saliera de España, que tenía que ver más mundo. Los dueños de la discoteca “Zalima” le habían encargado unos cuadros. Hizo cuatro y además trabajó varios meses como sustituto de cartero en Correos. A fines de noviembre de 1975 cogió su primer tren a París. En la estación de Austerlitz le esperaban Rafael y Luis con unas sonrisas que expresaban: “aquí viene uno de los nuestros”. Nos dice que en París conoció por primera vez el frío de verdad.

            Se alojó en la casa del abogado, escritor y viajero Gwen Belleil, estudioso del Tarot y de la magia con quien inició una amistad que perdura hasta hoy. Su casa es una biblioteca y está llena de objetos extraños, pilas de libros sobre la alfombra, cuadros, rarezas traídas de lejas culturas… Él fue quien empezó a poner títulos a sus cuadros en estancias posteriores en París, en las que ya creaba en esta ciudad y exponía. De Gwen y su mundo mágico acaso haya algo en ese aura enigmática y misteriosa de sus cuadros.

 

 

El artista en su casa
(Alcalá, 2001-ODP)

 

 

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