Posts from diciembre 2010.

LA MUERTE DE IRRIPÉ. Por María del Águila Boge

IRRIPÉ era un cocatiel blanco que mi marido había querido que yo le eligiera en un pet shop de Beverly Hills. Por onomatopeya con lo que repetía su cantarina voz, le llamó Irripeux. Para desvincularlo de ese nombre de príncipe faraónico o connotación de vocablo francés, yo lo españolicé a sólo Irripé. Supuestamente aprendería a hablar, pero a pesar de las lecciones que mi marido le impartía con un manual, nunca aprendió.

 

            Como todos los pájaros de su especie, era muy narcisista, deleitándose contemplando su propia belleza en el espejo de fondo de un aparador rococó empotrado en la pared, con frisos dorados y repisas que le servían de percha y jaula abierta de palacio oriental, que poco a poco iba destrozando con su pequeño pero poderoso piquito. Un piso alquilado que cuando lo dejásemos tendríamos que pagar daños y perjuicios.

            Prefería picotear los alimentos de nuestros platos, en vez de las semillas especiales que le comprábamos en la tienda de “pets”, y bebía champán en nuestras copas, rebelándose cuando se la apartábamos. Bailaba ballet con la música clásica, que parecía gustarle tanto como a mí, expandiendo su cola y sus alas, enhiesta la coronita de plumas de su cabeza, en un demi-plied o cou de pied.

             Hasta entonces yo no creía en la inteligencia de los animales. Irripé me convenció. Estaba enamorado de mi marido. Presentía su llegada, revoloteando excitadamente, trinando irripé, irripé. Se le posaba en los hombros y tenía que espantarlo para ducharse. Él también tenía sus duchas con un champú especial para pájaros.

             Una mañana encontramos unos huevos en el mullido cesto donde dormía. Irripé no pertenecía al sexo de los ángeles, como habíamos creído. Era una pajarita. Durante el tiempo de incubación no dejaba acercarse a mi marido. Cuando se convenció de que aquellos huevos eran hueros, volvió a la normalidad y a su amor por mi marido. Yo no sabía cuánto tiempo iba a durar aquel idilio. Necesariamente la vida de aquella preciosidad tenía que ser efímera. Pero estuvo mucho tiempo con nosotros.

             El despeluche cíclico de Irripé estaba durando más de lo normal. Mi marido consultó a un veterinario, que le dio una loción. Él lo sostenía con las alas abiertas mientras yo lo embadurnaba con un hisopo. Una hora más tarde notamos que Irripé estaba mudo y alicaído en una de sus repisas. Nos acercamos a él, y espantado nos huyó en un  vuelo errático, casi exhausto, hasta volver a caer en su sitio. Jadeaba dolorosamente con su piquito abierto. Era consciente de que nosotros le habíamos asesinado. Sus ojos, ya vidriados, nos acusaban de criminalidad. Muy debilitado ya, se dejó coger. Llamé al veterinario de urgencias contándole su estado entre sollozos. Era una mujer. Nos aconsejó que le diéramos un baño con agua clara para lavarle la loción. Demasiado tarde. Su piel estaba violácea. Irripé yacía exánime en las manos de mi marido. Unas lágrimas silenciosas escaparon de sus ojos. Tapándole todos los poros de su cuerpo, le habíamos asesinado por asfixia azul. 

             Lloré desesperadamente toda la noche. Sentía entre mis dedos el hisopo criminal, y la sensación, como la asfixia azul de Irripé, se extendía por todo mi cuerpo, hasta el cerebro y las uñas de los pies. Al día siguiente, rota, me fui a trabajar. A media mañana me desplomé sollozando sobre mi mesa. Compañeras y compañeros me rodearon escandalizados. Llegaron los jefes, y no me pudieron sacar lo que me pasaba. Como extranjera, ellos sabían que yo no tenía allí a nadie más que mi marido. Supusieron un drama matrimonial. Denegué con la cabeza, y pude balbucir que había matado a mi pajarito. Me trajeron una infusión tranquilizante y me acompañaron a casa.

             Irripé yacía sobre un lienzo en la mesa de cristal delante del sofá. Coloqué un capullo blanco de largo tallo junto a él, y no dejé que mi marido lo enterrase. Yo estaba sufriendo una catarsis. No comía y durante días no dejaba de llorar. Mi marido no lo comprendía, el pájaro era suyo.  Se quejó de que no me podía aguantar. Le aclaré que con la muerte de Irripé yo lloraba los crímenes cometidos por toda la humanidad contra la total inocencia. Un día al volver del trabajo Irripé ya no estaba. Mi marido lo había enterrado con su rosa blanca en algún lugar del jardín, que yo no quise conocer. Durante muchos años yo no podía hablar de la muerte de Irripé sin que las lágrimas me vinieran a los ojos.

LA LÁMPARA MARAVILLOSA. Por Lauro Gandul Verdún (para Valle-Inclán)

                                                      Foto ODP
 

   Lámpara donde versos anudan gramática predilecta

Lámpara resplandece

Lámpara canta

Suena literatura luz

 

   Poetas y santos

Cuando escriben son el mismo milagro indescifrable

Que sólo comprenderemos como vida

Nunca como literatura

 

   Santos y poetas

Cuando dicen son lámparas

Donde versos anudan gramática predilecta

Que alumbran a algunos por dentro

Esos que vemos pudiendo cerrar los ojos

Con toda su luz abierta entonces

En el momento de las palabras como actos

 

   Palabras como lámparas

Palabras al fin comprendidas con los otros

Nunca como literatura

 

O tal vez por su luz. 

NACIMIENTO DE MARÍA. Por José Manuel Colubi Falcó

Nacimiento de María
Ghirlandaio
S. XV 

En el Protoevangelio de Santiago, editado en la B.A.C. nº 148, podemos leer, en su original griego y en versión española (páginas 136 y siguientes), el relato del nacimiento de María. Su madre, Ana, triste por su esterilidad, no deja de implorar al Altísimo la bendición de un hijo, hasta ver atendida su súplica. Traduzco el texto griego que interesa. Dice así:

            «Y he aquí que un ángel del Señor llegó sobre ella diciendo: “Ana, Ana, el Señor escuchó tu súplica y concebirás y parirás, y de tu semilla se hablará en toda la (tierra) habitada.” Y Ana dijo: “Vive el Señor, mi Dios, que si paro, sea macho, sea hembra, lo llevaré como don al Señor mi Dios, y estará sirviéndole todos los días de su vida.”

            »Y he aquí que llegaron dos mensajeros diciéndole: “He aquí que Joaquín, tu marido, viene con sus rebaños. Pues el ángel del Señor bajó junto a él diciéndole: “Joaquín, Joaquín, escuchó tu súplica el Señor Dios, baja de ahí, pues he aquí que Ana, tu mujer, concebirá en su vientre.”

            »Y bajó Joaquín, y llamó a sus pastores diciéndoles: “Traedme aquí diez corderas sin mácula e irreprochables, y serán para el Señor mi Dios; traedme también doce blandas terneras, y serán para los sacerdotes y el sanedrín, y cien cabritos para todo el pueblo.”

            »Y he aquí que Joaquín llegó con sus rebaños, y estaba Ana junto a la puerta y vio que Joaquín venía, y a la carrera se colgó de su cuello diciéndole: “Ahora sé que el Señor Dios me colmó de bendiciones. Porque he aquí que la viuda ya no es viuda, y yo, la estéril, concebiré en mi vientre”. Y pasó descansando Joaquín el primer día en su casa.

             »Y sus meses fueron cumplidos; en el noveno mes parió Ana. Y preguntó a la comadrona: “¿Qué he parido?” Ésta dijo: “Hembra”. Y dijo Ana: “Mi alma fue engrandecida en este día”, y la reclinó (en el lecho). Cumplidos los días, Ana se purificó, dio el pecho a la niña y por nombre la llamó Mariam.

            »Día a día se hacía fuerte la niña. Llegada a los seis meses, su madre la puso en tierra, para probar si se tenía firme. Y habiendo dado siete pasos fue al regazo de aquélla. Y la cogió diciendo: “Vive el Señor mi Dios, que no pasearás en esta tierra hasta que te haya llevado al templo del Señor. Y le hizo un santuario en su habitación, y no dejaba que nada común e impuro pasara por ella. Y llamó a las hijas de los hebreos, las inmaculadas, y la entretenían.» 

NADA NUEVO BAJO EL SOL. Por Parco Lacónico

 

 

Julián Assange y César Antonio Molina

 

Sea lo que sea lo que haya detrás, tanto en intenciones como en realidades económicas en eso de Wikileaks, lo cierto y verdad es que no aporta nada nuevo sobre el modo de proceder de la diplomacia estadounidense y demás gente importante del planeta. Se revelan algunos detalles, sí, pero nada que ya no se supiera. Tal vez existen cosas realmente nuevas en esos informes, pero, de haberlas, no están saliendo a la luz. Todo parece limitarse a publicar lo pactado y a que cada uno de los cinco grandes periódicos a los que se les ha vendido el paquete, hagan sus interpretaciones y nos tengan más aburridos que un niño escayolado.

 

            Por su parte, el que fue hasta no hace tanto ministro de Cultura en uno de los gobiernos de Rodríguez Zapatero, don César Antonio Molina, resulta que ha descubierto –ahora- algunos de los males que según él aquejan a la Cultura en España, en artículo publicado en El País y que puede encontrarse en internet. Acierta en algunos de los casos, pero ni en esos va a la raíz del problema: lo evita mejor que una mosca el matamoscas. Se le nota, además, y bastante, una fuerte tendencia al elitismo, un cierto desprecio por la masa y, en cada frase, una suficiencia que no adquiriría en su período de ministro, sino que probablemente sea genética. Parece que en ese artículo don César quiere poner los puntos sobre las íes, algo que no hizo ni de lejos cuando fue miembro del Gobierno. Lo que ocurre es que algunos puntos deberían ser acentos, sobran algunas íes y falta una palabra con i: raíz.

 

PALIQUES DE LA VIRGEN EN LA MAÑANA DEL NIÑO (AÑO DE 1954). Vicente Núñez

 

Vicente Núñez
Aguilar 1989
Foto: LGV

NATIVIDAD. Vicente Núñez

POEMA AL MAR. Lauro Gandul Verdún

RUGIENTE mar amansa silencio bajo la noche oscura

Su fosforescencia asciende morosamente a los baluartes que se asoman a la bahía

Adivinamos olas luciendo encrestadas de blanco sombrío

Empuje que mezcla piedra y bruma mientras esta noche rotunda se revuelve en el océano

Lucha titánica de tormentas que contemplamos

Las viejas ciudades duermen ajenas a este magno misterio

¡Ante tus agitadas aguas nadie se atrevería a nada! ¡Ni a gritar siquiera!                               

 No hay más grito en el planeta que el del mar enfurecido

Quieto y mudo

Cegado por la bruma

Abatido por el viento del océano

Mi figura y mi alma acatan su humana condición

Minúscula ante la colosal presencia

Es cielo encarnado en agua el mar

Hundirse es ascender

Cénit el fondo

Las olas metáforas de los vientos

Los pueblos de la costa viven los sueños de los ángeles

Los que supieron enseñar a navegar a los hombres con la maestría de su volar

Y les tejieron las velas de sus navíos con el arte que les creó las alas

Aquellos hombres que sólo sabían caminar navegaron volando como ángeles

Es tierra descarnada en agua el mar

Zambullirse es sepultarse y el infierno es el nadir

Las dunas metáforas de las olas

Las olas van con prisa y se atropellan y se desvían

Se cruzan

Por ligeras también son graciosas

En orillando se deshacen y quedan sólo en agua sin cresta alguna

En agua sola

En nada sobre la arena

¡Oh el mar más bello que las catedrales y que el David!

¡Más que el sueño!

¡Ojalá nuestras vidas fueran ríos para que nuestro morir fuese el mar!

Como niños vamos a las playas

Como niños de luz

Meteoritos avizorados de día en trenes transparentes que cruzan las mañanas azules y frescas

Como muertos vamos a la espuma infinitamente esparcida por el huracán

Vamos con la ambición de los poetas ebrios y sus versos libres

Vamos como olas salvajes que fracasan en las rocas

A PROPÓSITO DE UN «PCIH». Por Rafael Rodríguez González

La UNESCO, que sabe tanto de flamenco como yo del color de los pijamas de Eisenhower, ha proclamado al flamenco, después de una prolongada campaña de la Junta de Andalucía, Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad (PCIH).

Grabado de Gema Atoche 2008

Juan Talega

Dos advertencias tengo que realizar. Al referirme al flamenco lo hago exclusivamente al jitano o de clara procedencia jitana. Bajo el epígrafe o rótulo de flamenco se han conocido y se conocen tantas y tan variadas formas cantoras, sonoras y estéticas, que conviene distinguir entre ellas y no hacer un revuelto que forzosamente resultaría inconsistente, por más que algunas de esas formas se aproximaran e incluso fundieran de forma más o menos natural y espontánea en tiempos pretéritos. La segunda es que, para conocer los vericuetos históricos del flamenco, de la forma más aproximadamente certera, bastaría, además de con una inexcusable experiencia propia, con un solo libro: Luces y sombras del flamenco, de José Manuel Caballero Bonald. Tiene bastante ventaja sobre cualquier otro, pero no debe uno ocultarse que está escrito en momentos de remolinos y aparentes encrucijadas (1975), y que el autor no pudo evitar enredarse un tanto.

            Ya desde el enunciado de la declaración empezamos con los desacuerdos. ¿Son la voz, el sonido de la guitarra, las cuerdas y el puente, las palmas, los chorlos, el pañuelo del bailaor y el tintineo de vasos y botellas algo inmaterial? Los bollos con manteca por los que suspiraba Joaquín el de la Paula al atender las llamadas de los señores, ¿también eran algo inmaterial?.

            La proclamación se hace  sobre una tradición inalterada en el tiempo, para la que hay que contar con medidas de protección, según las normas de la UNESCO. El tiempo es lo único inalterable de cuanto existe. Mas nada de lo que contiene, o sea, nada de lo que en él vive, es inalterable. ¿Es que hay algo más alterado que el flamenco a lo largo de los últimos cuarenta y cinco años, e incluso desde su aparición ante el público a mediados del siglo XIX? Ni siquiera permaneció inalterado en el seno de las familias jitanas cantaoras. Pero todo eso ya desapareció, y las reminiscencias que quedan también lo harán. Los intérpretes fieles que quedaban, ciertamente gloriosos, fieles no a imaginarios cánones, sino a la herencia jitana presente en sus tuétanos, se extinguieron en los años sesenta, setenta e incluso ochenta, y con ellos los últimos vestigios del flamenco de peso.

Acrílico sobre tela de Gema Atoche 2008

            El hilo de bronce que durante tantos años aseguró la pervivencia del flamenco fue la familia jitana y la relación íntima. Ese hilo se rompió, y al romperse se rompió todo, se hizo imposible cuanto hasta ese momento había existido. Naturalmente, ese hilo no saltó por arte de magia. Fueron las formas de vida, en aspectos esenciales, las que cambiaron radicalmente. El flamenco había nacido en unas circunstancias dadas y tenía que desaparecer como tal, dado que la desaparición de esas circunstancias sociales tenía que llevarlo a la tumba. Los dinosaurios no evolucionaron, desaparecieron. En este asunto, la aplicación de la teoría de la evolución falla en su eje, porque sólo puede evolucionar aquello que vive.

            Pero, ¿es eso, lo ya desaparecido y que sólo podemos disfrutar en los archivos lo que acaba de ser nombrado PCIH? Puede que sí, pero lo que en la práctica aplastante se instituye como PCIH es lo actual, es decir, por poner ejemplos elocuentes, el «cante» de Miguel Poveda y tantos otros (a alguno de esos no lo voy a citar expresamente, dado lo sucedido el 13 de diciembre), el baile de ese que se agita en una caja de muertos puesta en pie, y el de otros karatekas, el «cante» de Estrella Morente, que puede equipararse a Enrique Iglesias respecto de su padre (el peor cantante que se ha conocido en España), el de tantos guitarristas que están más contentos cuanto más se alejan de la armonía y del compás, y, en fin, el de cualquiera que auspicie Canal Sur y demás pontífices de la nueva hornada.

            De modo que la declaración como PCIH se hace sobre un mal remedo del flamenco, sobre el flamenco más degradado, sobre la comercialización más nauseabunda, sobre la falsificación más desvergonzada, sobre una realidad en la que se enseñorea la mediocridad impuesta, sobre el peloteo y la trinca a cada paso sin arte que pase, surja ni quepa esperársele. Se alienta a los malos imitadores, al chillido en vez del cante, a la fusión emulsionadora que nada aporta ni siquiera a una posible nueva música. ¿Que a usted le gusta? Pues que le aproveche, amigo, porque oportunidades de disfrutarlo no le faltarán. Pero no es flamenco: no confundamos el pajarillo que vuela con uno de porcelana.

            Ya tiene la Junta de Andalucía, a costa de un concepto e incluso una realidad que fue, ¡que fue!, otro banderín de enganche, otra futilidad que utilizar para fomentar el orgullo de ser andaluz y pertenecer a la Patria andaluza. ¿No tiene hasta padre esa Patria? Ea, pues ya tiene también un patrimonio inmaterial. Por títulos que no quede.

Ahora se enseñará el flamenco en las escuelas. ¿Se pondrán en las aulas unas botellas, varios paquetes de tabaco y, en el caso de tocar la lección sobre el «flamenco moderno», algunas otras sustancias? Lo digo porque la realidad es total: no puede uno andarse a trozos con ella, ni siquiera con los niños. Aunque algunos dirán que se puede hacer flamenco aséptico, no contaminado de vicios propios y ajenos. Los docentes enseñarán que el flamenco es algo consustancial con el ser andaluz, con la esencia de Andalucía. Algunos remontarán la cosa hasta los tartesios, que, como todo el mundo sabe, eran andaluces a más no poder..

            Mientras, yo me conformaré con que el jitano que vende en una esquina espárragos y cabrillas y blanquillos y tagarninas y flores y tomillo y canta a veces a quien sabe que sabe no me eche en serio la maldición que me dijo en broma el otro día, porque no le compré nada. «Permita Dios y te lleves dos semanas escuchando al Poveda». O a otros.

Al cante Antonio Hermosín y al toque Niño Elías
Foto: Miguel Ángel Olivero

70 AÑOS DE LA TOMA DE MADRID, (1939/2009). Antonio Luis Albás y de Langa, (2010)

LAS DISPUTAS ANTITAURINAS EN LA ÉPOCA CLÁSICA DEL TOREO. División de opiniones. Por Antonio García Mora

El arte de la tauromaquia encontró su momento de máximo esplendor en el siglo xix y las primeras décadas del xx. Se podría  clasificar como su «época clásica», en la que se establecerán los cánones sobre los que se va a regir la lidia y dónde aparecerán los matadores más afamados y conocidos. Junto a ello se produce una fiebre constructiva que lleva a erigir la mayoría de las plazas de toros que conocemos. Las corridas se convierten entonces en una auténtica «fiesta nacional» que se identifica con lo español aunque en Francia y América también florece hasta alcanzar niveles nunca vistos hasta entonces.

 

Plaza de Toros de El Puerto de Santa María
Construida en 1880

 

Joselito y Belmonte

 

            Frente a este auge, se mantienen las polémicas antitaurinas que hemos recogido en artículos anteriores. Las mismas tienen un marcado carácter moral y ético, pero abandonando la dimensión religiosa de otros siglos. Los opositores a la fiesta centran sus dardos en su naturaleza primitiva y salvaje; en el perjuicio que sufren las virtudes cívicas de los españoles ante un espectáculo cruel y sangriento; y en la crueldad que supone el sacrificio de toros y caballos en un evento al que se considera inútil.

            Con la llegada del Romanticismo, mucho más que una mera corriente literaria, se introducen en España un conjunto de ideas foráneas en las que predomina una valoración de los sentimientos y la sensibilidad; de la naturaleza y la vida salvaje. En general, la fiesta de los toros no casaba bien con el espíritu romántico y sus deseos de cambiar el mundo. Mariano José de Larra (1809-37), uno de los escritores más identificados con este movimiento, la criticó en alguno de sus artículos, viendo en ella el reflejo de los vicios de una sociedad inculta, carente de curiosidad y sensibilidad. No muchos años después, Cecilia Böhl de Faber (1796-1877), bajo la firma de Fernán Caballero, expresó su disgusto por las corridas en una de sus novelas. Su apasionada defensa del casticismo andaluz no alcanzaba a esta diversión, a la que consideraba brutal y contraria a la moral cristiana. No obstante, no negaba ciertos valores estéticos y llegó a calificarla como «fascinadora atrocidad».

            El desenvolvimiento del siglo xix provocó, en una parte de la intelectualidad española, la necesidad de comparar la situación de nuestro país con nuestros vecinos europeos. La opinión más general consideraba que España había quedado retrasada con respecto a las naciones más avanzadas. Urgía la necesidad de reformas y la adopción de formas sociales, políticas y económicas europeas. En tales circunstancias, la lidia de toros se consideraba un anacronismo que nos impedía acercarnos a nuestros convecinos. Este sentimiento de inferioridad se exacerbó con el desastre del 1898. El Regeneracionismo que representaba Joaquín Costa abominó de las corridas como reflejo de la decadencia de la patria. La Institución Libre de Enseñanza, máxima expresión de la corriente de pensamiento conocida como krausismo, se oponía a la fiesta en base al respeto que todo ser vivo merecía y a la obligación moral de evitar el dolor en cualquier ser vivo. 

            Intelectuales de la talla de Santiago Ramón y Cajal, Azorín, Valle Inclán o Antonio Machado reflejaron en sus publicaciones alguna forma de censura, más o menos severa, contra la lidia desde una perspectiva ético-moral.

            La consolidación de la prensa escrita, como reflejo de la opinión pública, contribuyó en gran manera a la proliferación de las disputas antitaurinas, y protaurinas.  Los bandos enfrentados utilizaban la tribuna de los periódicos para defender sus ideas e influir sobre la sociedad y sus dirigentes. De tal forma que las noticias sobre la muerte de algún torero o los percances sufridos en tal o cual encierro alimentaban una polémica que en muchas ocasiones llegaba a las Cortes. Ejemplo de esta influencia podemos encontrarla en el escándalo que provocó la grave cogida que sufrió Salvador Sánchez Povedano, «Frascuelo», en 1876,  y que llevó al marqués de San Carlos a proponer, un año más tarde, en las Cortes la supresión de las corridas. Tomada en consideración en primera instancia por el Congreso fue posteriormente rechazada en el Senado. Casi veinte años más tarde, la muerte de Manuel García Cuesta, «Espartero», en 1894,  promovió una nueva tentativa de suspensión presentada en las Cortes por diputados republicanos y carlistas. Como se observa, en la cuestión antitaurina las posiciones ideológicas y partidistas contaban poco. El nuevo siglo mantuvo vivo el debate pero, en contraposición, alumbró a una generación legendaria de toreros como Belmonte, Joselito, o Rafael «El Gallo».

            Tras siglos de disputas aún sigue vive la polémica a favor o en contra de los toros. Tal vez, la clave de este enconado enfrentamiento se encuentre en la esencia misma de la fiesta: la lucha entre la vida y la muerte.

 

Frascuelo