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«LA CEGUERA»: UNA ACCIÓN DE LA REVISTA ILUSTRADA DE POESÍA «CARMINA». Sobre textos de Jorges Luis Borges, Lucian Blaga, Rainer Maria Rilke, Víctor Pozanco, Jorge Guillén, Rafael Alberti, Juan Larrea, Emilio Prados, Ernesto Sábato, Francisco de Quevedo, Elias Canetti, Rafael Sánchez Ferlosio y Luis Rosales. Idea original de Xopi, Lauro Gandul Verdún y Olga Duarte Piña (Hacienda de Los Ángeles Viejos de Alcalá de Guadaíra a las 9 de la noche del viernes 1 de diciembre de 2006)
CRÉDITOS
Presentación del acto:
Antonio Luis Albás y de Langa / Olga Duarte Piña
EL LICENCIADO: Antonio de la Torre
DECLAMADOR 1: Cesáreo Estébanez
DECLAMADOR 2: Lauro Gandul Verdún
PINTOR CIEGO: Xopi
GUITARRISTA CIEGO: Niño Elías
Producción audiovisual: Pilar Mestre Ortega
¡CANTANDO ANDALUCÍA DESDE FEBRERO DE 2008! DECENARIO DE «CARMINA» (I) . Olga Duarte Piña, Antonio Luis Albás y de Langa y Lauro Gandul Verdún (Febrero de 2018)
Desde la Córdoba de Aguilar de la Frontera, la Sevilla de Alcalá de Guadaíra, la Driebes de la Alcarria guadalajareña o, directamente, desde Matrix, en la Revista Literaria «CARMINA» llevamos diez años cantando ¡ANDALUCÍA!, como prueba angular de una realidad:
«El centro de Andalucía aún sigue siendo un convento castellano.
»Sólo así sus bordes ultramarinos, sus extramuros españoles, alcanzaron términos que fueron nombrados con palabras como América o Filipinas.»
Dibujo-retrato del poeta y profesor
Antonio Medina de Haro
Luis Caro
(1992)
Al estallar la Guerra Civil la familia tuvo que trasladarse a Málaga, porque al padre lo habían llamado a filas y fue destinado como cocinero a esa ciudad, donde Antonio Medina de Haro nace, por pura casualidad, el 6 de diciembre de 1936. Siendo muy chico, una criatura, la familia regresa a Guadix, donde el padre se hace cargo de una distribuidora de vinos. El local de la empresa era a la vez bodega y taberna. Con el tiempo el padre compró un camión para repartir el vino entre los clientes de Guadix y de otros pueblos de los alrededores. Cuando niño y adolescente, y también cuando muchacho universitario, Antonio ayudó cuanto pudo en la bodega. Cuentan que con diez años su padre lo mandó en tren a Madrid para que cobrara una factura a un cliente moroso, y allí fue, a la capital y, por supuesto, se trajo el dinero para Guadix. La madre siempre quiso que Antonio estudiara en la Universidad. Era una mujer con muchas inquietudes y, probablemente, fue ella quien le transmitió al hijo la pasión por la lectura, porque ella leía mucho, era curiosa, le entusiasmaba aprender. No lo quería en la empresa familiar, quería que hiciera una carrera, la que él eligiera. Antonio quiso hacer Filosofía y Letras y eligió la Universidad de Salamanca. Su madre lo animó en su predilección porque ya comprobaba en el hijo una valía especial para la palabra, cuando escuchaba lo que hablaba o leía lo que escribía. Antonio, que era el mayor, y sus tres hermanas estudiaron el bachillerato en Granada. La más joven hizo luego enfermería, pero él inaugura en la familia el acometer una licenciatura superior y, además, lejos de su pueblo, en la vieja Castilla, en la Universidad donde Lázaro Carreter fue maestro suyo.
[Primer artículo de la página de Febrero de 2008 publicado en «CARMINA» BLOG LITERARIO (Reedición de 28 de febrero de 2018)]
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[Y estas otras entradas se publicaron hace diez años en nuestra revista]
De izquierda a derecha,
José, Rafael y Expedito Fernández Alba con el uniforme de la Banda Obrera
en Alcalá de Guadaíra, 1931.
Foto de autor anónimo,
cedida por Expedito Fernández Fernández
UN APUNTE SOBRE ARTE, ARTISTAS Y SOCIEDAD (Lauro Gandul Verdún, 2007)
AQUELLOS NIÑOS DEL RÍO (fragmento) (Olga Duarte Piña, 2005)
Manuel y los espíritus de los niños del río
Ilustración de Rafael Luna
EL NUEVA YORK DE BUDAPEST (Lauro Gandul Verdún, 2000)
CREPÚSCULO EN BUDA (Lauro Gandul Verdún, 1994)
APROXIMACIONES A LA POESÍA HUNGÁRICA (Olga Duarte Piña y Lauro Gandul Verdún, 2008)
Pescadores en el Danubio (Foto L.G.V., Braila, 2001)
VICENTE NÚÑEZ XIV. La Ciudad. Antonio Luis Albás, (2014)
A Córdoba
QUIEN desde tanto tiempo aquí ha tomado
asiento y vigilancia entre los hombres
puede dejarse confundir oculto
tras la sospecha hostil de la asamblea.
De otra manera nadie
conservará los viejos atributos
y en la tarde templada,
por las estrechas calles solitarias
alguien apenas distinguir sabría
tu inconfundible traza de extranjero.
Mientras contemplas la ciudad que amas
en la noche festiva,
el corazón lo mismo que un fantasma
en la heredad, se pierde entre las sombras.
Tu pensamiento luego que dejaste
la plaza y el balcón, agua gloriosa
de la mañana, y diste
en las robustas filas de la obra
ejemplo urbano al brazo mercenario,
naufraga allí, oh hastío
sin término, tortura separada,
curso del hombre anclado en su demora.
Podrías fingirte ciego
o dejarte sangrar contra las garras
del tosco almotacén, en la concordia
altisonante de los mercaderes.
Todo proclama el lleno de la vida,
los oficios urdidos,
la lejanía aún de tu existencia.
Una disputa acaso entre los templos
altera el orden frío y la liturgia
del Dios que, como tú, discurre en las afueras.
Toma entonces la vida
bajo esa clara sombra de la fuente:
nadie vendrá contigo a compartirla
si no es el viento suavemente airado.
La esplendidez de la mañana, ésta
o aquella iguales en tu misma carne,
con cuanta disciplina distribuye
y recompensa al forastero, asido
con firmes lazos al trasiego urbano.
esos triunfos sólo son de olvido
que con su piel sucumbirán un día.
¡Levad, levad, que afluye
la llana comitiva de los pueblos!
Pasan del río al zoco o la aljama
bajo el boato de los sicomoros,
y al toque cenital, la hora dando
justa del ser que ordena
existencia y retales,
sólo el silencio, como un perro hambriento,
sus pasos con los tuyos acompasa.
Si en un orden así, por una suerte
más primitiva escapas
a la ciudad terrena y sus afanes,
teme que en otra libertad no encuentres
la esclavitud preciosa de la vida.
Y este ritmo, amurallado
en un designio grato a los mortales,
tú lo percibes yerto en otra instancia
como un rumor estéril de la sangre.
Aquéllos que creíste
en vecindad, cayeron.
Río y almunia parecían eternos
en una convivencia tan risueña;
pero esos dos pasajeros, siempre
ausente tú del premio de la tierra,
a ellos liberó hasta extinguirlos
en la paz victoriosa del olvido.
Y a ti, oh ciudad, si un día
a someterme al yugo de los tuyos te inclinas,
que un raso afán diario
de amor mortal me ocupe y me consuma.
Mas si otra vez no acudo
en una edad contigo,
toda piedad quítame piadosa,
al fin dormido bajo los cipreses.
VICENTE NÚÑEZ XII: A Santa Teresa. Antonio Luis Albás, (2014)
En el IV aniversario de mi hermano Rafael María, con recuerdo y cariño.
EN el doméstico
y habitual empleo de los claustros,
turno inicial que –como el del sereno
que apresta asilo y leña y verifica
en su interior el tramo adjudicado-
ni se habitúa aún ni aún quebranta
la regla inaugural de las tinieblas,
tu luz, la lamparilla del primer recorrido,
avanza ajena al foso de mis daños.
Esas tareas, noche que se deja
cerrar y adormilar, ronda y llaveros,
madre perenne en el embozo oscuro
de cada celda allí distribuida,
¿qué valen para mí que, desde inmensas
cerrazones, usurpo
el casi libertino mandil de tus servicios,
el reglamento de esa luz tan tenue
y erguidamente insomne,
siempre prudencia, cerradura y vela
que, a fuerza de vigilias, nos perturban
como la antorcha exangüe de una diosa?
Madre que así te veo,
madre en quien me compruebo
igual que el parricida que, en la luna fulmínea
de su puñal, descubre
su limitado celo y su vileza:
los que en un salto hicimos
conquista y gloria vamos
al inseguro ayer, inverso
el pie por un tenor distinto
de majestad abyecta y ya perdidos.
Claustro, recinto, tapias coronadas
de ruindad partícipe de yedras,
adarajas mortíferas,
silbos y guiños cómplices,
¿quién me sorprenderá desprevenido
que, encalando, rindiera doblemente
muro y ladrón a una en el acecho?
¿Quién sino tú, señora,
la parpadeante rosa de tu paso?
El viento, un día, transformó su curso
y, a mitad de camino, dejó el mío,
con su cesar, por siempre detenido.
No hubo confín ni ajuste ni demencia:
un abrazo en alto sin saber adónde
y una labor a medias entre extraños.
Con las duras faenas,
bajo un sol implacable,
la carne entre sus ropas se reveló contraria.
En el tesón diario que, nocturno,
otro cíngulo ajusta a tu fragancia,
hábito de una pieza que se ciñe
como un olor de flores misturadas,
no hay otra carne que la de esos cuerpos
talares, triunfalmente
sumisos a incambiable desnudez, que no alteran
los desencadenados disfraces de la tumba.
Pero yo, que, desnudo
y a los desnudos hecho;
que, cual ellos, disperso
lejos también de mi amor, si lo tuviere,
a lo mucho y a lo poco
me expone el cuerpo cada día.
E igual que las riadas,
que agregan a su móvil caudal los elementos
y de un nivel a otro
y de uno a otro límite
regresan más henchidas y conformes,
tu colmas la clausura,
lo indesbordable, el frente
de duras correrías
irreductible casi a los cilicios.
¿Debo dejarte ahí mi libertad, vasija
a turno tan incierto,
humilde chirimbolo con las alas caídas,
y aguardar el disanto, el fasto, el centenario,
la colación en fechas de profesas y votos
bajo el ampo nupcial de las novicias?
En esa ligereza ocultaría,
ágil señora, por la tuya, el alma.
Mas cesante en el tiempo, entre licencias
el industrioso corazón antiguo,
¿a qué remesa lo destinaría
como la herrumbre inútil de un recuerdo?
No faltará quien halle y aproveche
su material, sus mermas, su demora.
Pues quienes las tuvieron a través de los días
uno cualquiera fueron
a manos del sepulcro.
Y cuando regresaron, como Julieta, nunca
prevalecer supieron.
Un solo abrazo a ambos
vino a unirlos por siempre:
inmóvil libertad a la que aspiro,
tú que, flotante, velas.
VICENTE NÚÑEZ XI: Tesela V. Antonio Luis Albás, (2014)
V.N.XI from revistacarmina on Vimeo.
EN Taormina —¿en Junio?—,
en el año catorce de la era de Augusto,
sitúo mi extravío,
jovencísimo dios de los perfumes.
Era tarde en la estancia,
y advertí, en lo disperso
de las pasas y el garum,
que, al menos esa noche,
fue muy frugal tu mesa.
Me arrodillé desnudo —estaba así
pactado—
para besar tu cuerpo,
y me invadió una ráfaga
de fétidos aromas.
Huí despavorido
hacia el camastro de tus servidores,
no del todo embriagados a esa avanzada hora.
Y fue con ellos donde
aspiré, gocé y supe
el perfume que arrancas
de quienes te rodean.
Más dioses que tú mismo,
Carísimo Diorísimo.
VICENTE NÚÑEZ X: Plaza Octogonal, II,III,IV,V y Homenaje a Juan Vicente Gutiérrez de Salamanca y Fernández de Córdoba. Antonio Luis Albás, (2014)
V.N.X from revistacarmina on Vimeo.
II
LO sustancial no configura espacio.
Son las esquinas de la escocia quienes
proclaman el verdor del mundo.
Son los herrajes del segundo cuerpo;
espectral simetría que discurre
sobre el pretil de la borrosa impronta.
¿Puede acatarse así todo el desfile
de los remates antes desdeñados,
pero que se estimaron decisivos
en el trazado de la magna pieza?
Al fondo, un tenue emblema se insinúa
Como una arruga en medio del ocaso.
III
DECLINA ya la tarde. ¿Dónde
tendrán que hallar refugio las metopas,
dónde los lapiceros del triglifo amarillo
con su tableta endeble de nacela?
¡Lo azul, lo azul! Y el criptograma
de la salamanquesa y su cola de sigma
bajo los galletones del brutal arquitrabe.
Cruje el satén de una cartela,
y la inscripción latina
(…in fórum liberaliter convertit)
se desenreda de la sillería.
¡Un logaritmo llora por mis venas!
IV
LITERALES, las jambas,
siempre sumisas a severos
dictámenes, aportan
nueva maraña de sentidos.
Qué flanquean: lo oscuro,
los mil dinteles de la ya inminente
transformación rudimentaria,
la presencia de signos
no suscitados desde los albores
del compás y el escoplo.
Penetrabilidad de las edades
en el recinto mágico.
V
ABRÁZAME ahora mismo.
Vuelvo desnudo con un cesto de uvas
al lagar de tus padres.
No me preguntes nada.
Bajo los parasoles del mercado,
la mañana se abría
de codicia y sandalias.
Extiéndeme o exhíbeme
como un tul. En Corinto,
solían los ladrilleros
hablarme sin reparos
de asuntos ipagrenses.
Vengo a vender mi cuerpo.
[Vicente Núñez, Poesía (1954-1990).
Edita Excma. Diputación Provincial de Córdoba.
Págs. 245 y 246.
Córdoba 1994]
VICENTE NÚÑEZ IX: Ocaso en Poley. Antonio Luis Albás, (2014)
V.N.IX from revistacarmina on Vimeo.
Si la tarde no altera la divina hermosura
de tus oscuros ojos fijos en el declive
de la luz que sucumbe. Si no empaña mi alma
la secreta delicia de tus rocas hundidas.
Si nadie nos advierte. Si en nosotros se apaga
toda estéril memoria que amengüe o que diluya
este amor que nos salva más allá de los astros,
no hablemos ya, bien mío. Y arrástrame hacia el hondo
corazón de tus brazos latiendo bajo el cielo.
[Vicente Núñez, Ocaso en Poley (1982),
incluido en Poesía (1954-1990).
Edita Excma. Diputación Provincial de Córdoba.
Pág. 99.
Córdoba 1994]
VICENTE NÚÑEZ VIII: Lamento. Antonio Luis Albás, (2014)
Todo está mustio y frío en esta tarde lánguida.
Vanas rosas de otoño vagan lejos. Diríase
que de un olvido al beso resucitan murientes.
Todo de ti está pálido, todo expira más triste.
Que era eterno el sendero creíamos del bosque
tan oscuro y tan hondo que intensamente amábamos.
Ya no hay tarde ni hay rosas, ni bosque. Todo es sombra.
Todo muere en nosotros. Todo se acaba y pesa.
Altas torres de niebla que adivinamos, cúpulas
falsamente ofreciéndonos raros reinos ligeros.
Todo fue un sueño iluso. Todo fue una hermosura.
Todo en nosotros muere. Todo se apaga y pasa.
[Vicente Núñez, Ocaso en Poley (1982),
incluido en Poesía (1954-1990).
Edita Excma. Diputación Provincial de Córdoba.
Pág. 140.
Córdoba 1994]
VICENTE NÚÑEZ VII: Carta de una Dama. Antonio Luis Albás, (2014)
V.N.VII from revistacarmina on Vimeo.
He pensado a menudo en un verso de Eliot;
aquel en que una dama persuasiva y ajada
sirve el té a sus amigos entre efímeras lilas.
Yo la hubiese querido porque, igual que la suya,
mi vida es una inútil e inacabable espera.
Pero he aquí que es tarde, y ella murió hace tiempo,
y de una vieja carta banalmente perfecta
su recuerdo difunde perenne y raro aroma.
«Londres, mil novecientos siete. Querido amigo:
Siempre estuve segura, lo sabes, de que un día…
Mas trata de excusarme si divago; es invierno
y no ignoras cuán poco me ocupo de mí misma.
Te espero. Los enebros han crecido y las tardes
culminan hacia el río y los rojos islotes.
Soy triste y, si no llegas, un tema de suspiros
hundirá al gabinete, de un raso ajedrezado,
en el inmundo estiércol del tedio y la derrota.
Para ti habrá una torre, un jardín afligido
y unas campanas graves húmedas de armonía;
y no habrá té ni libros ni amigos ni advertencias,
pues yo no seré joven ni querré que te vayas…»
Y esta dama de Eliot, tan dúctil y serena,
se habrá desvanecido también entre las lilas,
y el banderín siniestro del suicidio ardería
un instante en la estancia con su opaco alarido.
[Vicente Núñez, Los días terrestres (1957),
incluido en Poesía (1954-1990).
Edita Excma. Diputación Provincial de Córdoba.
Pág. 59.
Córdoba 1994]