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TABLAS, Felipe Vara del Rey. (2016)

MÁS HOMENAJE (2) DE «CARMINA» AL 15-M, COMO DESDE HACE 5 AÑOS: SI LA LIBERTAD ES MENOS QUE EL AMOR, MÁS AMOR SI CABE, QUE LIBERTAD. Poema y carta de José Cuevas del Río (1581-1613) y Rafael Rodríguez González (1955-2015), respectivamente

[«Canto a la libertad» de José Antonio Labordeta (1935-2010)]

 

Queridos:

   Os adjunto un texto que me ha enviado desde Harvard (allí se ha plantado, en busca de cosas de los hermanos Benjamin y James Franklin) el profesor Visus Masveo; ése que, como ya sabéis, descubrió, entre otros, al poetastro local José Cuevas del Río (1581-1613). Pues de éste es el texto. Y de éste podéis hacer lo que queráis. Si «CARMINA» contuviera un espacio para «chuminales y chochales recuperadas del Siglo de Oro», qué duda cabe de que esas rimas de Cuevas del Río obtendrían (éstas sí que sí) matrícula de honor. Pero menos mal que no tiene «CARMINA» sección de tan malsano carácter. Si os traspaso el texto es porque hace referencia a la libertad: a una forma de entenderla, de usarla y… creo yo que de desperdiciarla; pero ya se sabe que hay gente para todo (menos para lo que tiene que haber).

Rafael Rodríguez González

2010

 

LIBERTAD Y VENGANZA  

(FRAGMENTO)

   No es para gozar de tiernos vinos,
tampoco del lúbrico escondite,
que ansía el reo el fin de su sino:
sueña, febril, la hora del desquite.
Para él, la libertad ha de llegar
hecha revancha, que no es ardite.

   ¡Qué fácil es declamar sobre ella!
¡Qué lindo resultará todo ello!
Pero yo me veo falto de aquélla
sin que deba ser motivo aquello
que una vez sin quererlo yo causé,
y que aunque dañino fui, ya lo sé,
fue natural y lógico destello
de la voz que dijo ¡así ha de ser!

   Ya fenezco casi, mas no renuncio
a que luego de tan fatal veintena
yo también pueda lanzar mi anuncio:
¡Aquí estoy, cumplida ya la pena
de no tener libertad ni justicia,
y sufrir a cuál más feroz sevicia:
la de ser preso de viles cadenas
o la de oír :goza de sus caricias!

   Ya me anima la mortal venganza
a derramar sangre y asaduras;
deseo, sí, que no conozcan bonanza;
que sus vidas sean crueles quemaduras;
que sufran de perennes privaciones;
que lo imposible sean sus pasiones.
Y en vano clamen por una cura
al corroer la sarna sus corazones.

   Ya en mí la libertad conseguida,
mi entereza ya recuperada,
que den las dos por acabar perdidas
esos que las mías guardan vedadas,
esos que mi juventud han mermado,
esos por los que mis sueños, alados,
mudaron en pavesas dispersadas
por un viento lúgubre y callado.

 

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PRA NÃO DIZER QUE NÃO FALEI DAS FLORES (CAMINHANDO). Geraldo Vandré (1968)

TE QUIERO [DE «POEMAS DE OTROS (1973-1974)»]. Mario Benedetti (1920-2009)

POR DESGRACIA… (*). Alberto González Cáceres (Alcalá, 1953-Monsaraz, 2009)

A SERGUÉI ESENIN. Poema de Vladimiro Vladímirovich Maiakovski (1926)

VICENTE NÚÑEZ. Antonio Luis Albás, (2012)

HOMENAJE (1) DE «CARMINA» A LA LIBERTAD O AL AMOR (15 DE MAYO DE 2016). Poema y carta de Alberto González Cáceres (1953-2009) y Rafael Rodríguez González (1955-2015), respectivamente

 

Sevilla 21 de mayo de 2011

[Foto: LGV]

 

Queridos y muy ilustres hacedores de «CARMINA»:

   Levemente modificado el texto que ya conocéis, os lo envío con carácter definitivo, tomado el firme propósito de, como a la rosa de JRJ, no tocarlo más, aunque mis letras no sean pétalos, sino espinas y hojarasca.

   Además de cambiar el título, y poco más, de esas rimas, he decidido que su autoría nominal se corresponda con la real: Alberto González Cáceres; porque nuestro difunto amigo fue su autor. Un autor del que posiblemente, aunque de tarde en tarde, podamos conocer, póstumamente, claro, algunos escritos más, sean  propiamente de él o sacados de las cartas que reunía, de documentos… Eso ya depende de Mario Cortés, que aún sigue, y no se sabe por cuánto tiempo, en Monsaraz.

Rafael Rodríguez González

2010

 

Sevilla 21 de mayo de 2011

[Foto: LGV]

 

CONFÍN LEJANO

 

   Esto, que sin nombrarlo cito, es cosa
sumamente abstracta, dispar, difusa;
equívoca, como apariencia hermosa
que la razón turba y troca infusa.

   Es a veces fruto hipnógeno, fugaz
realidad visible, sutil o brillante;
otras, no es más que lucífugo zig-zag,
espacio efímero, fulgor vacante.

   Con el Amor no casa: huye del fuego
que desprende el Inefable. Retorna,
ya extinguido el Ígneo, para luego
de un atroz caballo tomar la forma,
que loco, ofuscado, irrefrenable,
galopa hacia el hecho impensable
de otra vez perderse, que es la norma.

   Es combustible, como el gran Tirano,
y puede consumirla un abandono,
un soplo, el proceder de un insano.
Es su ley: ser más espejismo que trono,
promesa rozagante, confín lejano.

   En su ausencia, se sufre y anhela;
mas no se le mima, abriga ni cuida,
como a la fría llama de una vela,
si, hecha Gracia, en nuestro ser anida.

   En esto se equipara a la Verdad:
las dos son fatal arma de doble filo.
Mas la Cierta apetece la calidad
absoluta y recta, sin flojo hilo,
mientras que esta giralda no alcanza
tan siquiera la del fiel de la balanza,
provisoria y condicional, en vilo.

   Ni el brioso y volcánico Vulcano,
con yunques heredados del feo Hefesto,
lograría encadenar de pies y manos
a esto que es fuente, causa-efecto,
rancia base, del vivir de los humanos.

 

IN MEMORIAM, RAFAEL BALTANÁS. «Historias de vidas» por Olga Duarte Piña y Lauro Gandul Verdún, 2003

 

El escritor Rafael Baltanás

(Foto Olga Duarte, 2003)

 

Como lectores de Rafael Rodríguez González nos sorprendemos a nosotros mismos inquietos después de la lectura de cualquiera de sus artículos. Nos sirven para comprender la realidad humana: son útiles, despabilan, arrancan una sonrisa, las más de las veces agridulce. También, cuando tiene que ser, duelen porque denuncian, no sólo a otros, sino a los propios lectores, a cualquiera de nosotros. Ponen el dedo en la llaga, llaman a las cosas por su nombre, en ese estilo austero, denso y lúcido que Rafael Rodríguez González ha ido pergeñando a lo largo de los años. El público de esta ciudad de barrios y cerros que haya querido, habrá tenido la enorme fortuna de seguir paso a paso la conformación de ese arte suyo, porque su generosidad impagable le ha llevado a ir vertiendo su literatura esclarecedora en diferentes publicaciones.

   Rafael Baltanás es un escritor comprometido con la vida, sobre todo con esa parte de la vida sobre la que caen todos los palos, ese triste lomo de la vida que machacan algunos, o muchos, sobre un resto de millones de seres. Lo que nutre a esa, verdaderamente infame, turba de canallas, ese alimento podrido, su cultivo, la siniestra ciencia que permite los herbazales donde pastan las bestias de los inicuos, constituyen el blanco que pretende pinchar el escritor con sus dardos certeros.

   Pertenece a esa noble casta de Goytisolos, Ferlosios, Celayas, Oteros, que sólo son verdadera literatura cuando involucran su retórica, su discurso, sus visiones, su existencia, en el compromiso con el ser humano, iluminados y manchados por la fluencia de la condición humana. Nosotros estamos de acuerdo con él. Si las palabras alojan la idea y el sentimiento, que sean concebidas para las personas, que queden incorporadas en los mensajes que reivindican y procuran la verdad.

   Se trata de la memoria y también se trata del futuro, pero del futuro justo que es el único que no puede brotar del olvido. Se trata del presente al que sólo podemos asomarnos desde la responsabilidad de nuestros actos y desde la exigencia a los otros que sigan igual responsabilidad, sobre todo a aquellos otros que detentan cualquiera de las formas que reviste el poder. El poder suele revestir una forma fantasmal, casi informe, contorneado ambiguamente por esos cultos malvados, sibilinos, alevosos que también lo integran. Los artículos de Rafael Baltanás de los últimos años en la contraportada de este periódico los firma un muerto, al que de alguna manera el periodista devuelve una suerte de vida varias décadas después de que cayera abatido, injustamente arrebatado de ella, por las balas de unos sicarios que nunca delataron a sus jefes ni éstos a aquéllos.

   «He leído mucho, mucho para mí, porque para cualquiera no es tanto», nos dice. No es hombre de academia, aunque no considera el autodidactismo una categoría distinta de lo académico, porque al final -y al principio- de toda ilustración están los libros que son los que marcan los caminos a seguir para llegar al tesoro que contienen sus páginas.

   Su sentido de la libertad, su humildad intelectual o su timidez, le han llevado a firmar con pseudónimos e incluso a no firmar sus propios textos, como aquellos cronistas de la prensa decimonónica. Pseudónimos o anónimos, sus textos le han comprometido siempre. Ya desde antes de la muerte de Franco, cuando compromiso no era sólo una categoría espiritual, y así a lo largo de veinticinco años de militancia política, de la que desde hace algunos se encuentra alejado, según declara, por no querer estar en sitio alguno en que los medios y los pasos no estén impregnados del fin al que se aspira.

 
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RAFAEL BALTANÁS (1955-2015)

 

LA «CASTA» YA VIENE DE GALDÓS. De la serie «RECORTES», Nº 106. Por Pablo Romero Gabella

 

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[Foto: LGV (Buenos Aires, 2006]

 

«Los políticos se constituirán en casta, dividiéndose hipócritas en dos bandos igualmente dinásticos e igualmente estériles, sin otro móvil que tejer y destejer la jerga de sus provechos particulares en el telar burocrático. No harán nada fecundo; no crearán una Nación; no suavizarán el malestar de las clases proletarias. Fomentarán la artillería antes que las escuelas; las pompas regias antes de que la vías comerciales y los menesteres de la pequeña y grande industria. Y por último acabarán por poner la enseñanza, la riqueza, el poder civil, y hasta la independencia nacional, en manos de lo que llamáis vuestra Santa madre Iglesia. La casta es tal porque no representa los intereses de la mayoría, sino los intereses económicos de una minoría de privilegiados.  La brecha que separa a representantes y representados crece con cada caso en el que un privilegiado que exige sacrificios a los ciudadanos, es descubierto ganando dinero de forma ilegal o socialmente ilegítima.»

[Benito Pérez Galdós, Cánovas (Episodios Nacionales), Pamplona, 2008, pág. 382, 1ª edición en 1912/ Pablo Iglesias, Disputar la democracia. Política para tiempos de crisis, Madrid, 2014, págs. 155 y 157]

 

YA ESTÁN EN LA HISTORIA. Por Joaquín de Grado

Que viene el coco (Los Caprichos) Goya

De Los Caprichos

Goya

1746-1828

 

Serán generaciones enteras de españoles (y de por ahí afuera también) las que tendrán que estar agradecidas al fenómeno PODEMOS. ¿Es que hay algo que concite fobias y filias como ese partido? ¿Es que se hacen y se harán análisis y pseudoanálisis más pretendidamente concienzudos que sobre PODEMOS? ¿Es que se podrán lanzar más miles de calumnias e infundios que sobre los dirigentes de PODEMOS? ¿Se podrán crear más esperanzas sobre esto, aquello y lo otro que sobre el programa en elaboración de PODEMOS? PODEMOS llegará a ser objeto de estudio en las universidades, claro que sí, en la asignatura de historia política, y a no tardar mucho.

   Pero ya lo dijo alguien en estas mismas páginas: el ascenso de PODEMOS que muchos presentan como meteórico puede encontrarse con el freno probablemente en seco del voto de muchísima gente que no quiere «aventuras», que no se fía, que piensa, o no piensa, que son lo mismo y harán lo mismo, que es imposible que logren lo que dicen quieren lograr. Cuando, en realidad, todo lo que dicen que hay que hacer es tender hacia eso: hacia la jubilación voluntaria a los sesenta y hacia la jubilación forzosa de los poderes que tienen España en la ruina; o sea, a los españoles, desde Reus hasta Ayamonte, desde Almería a Vigo, desde Melilla a Irún, desde Alicante a Almendralejo.

   Los atacan desde todos lados. Entre otros, esos indecentes de nacimiento político que se llaman Felipe González y Alfonso Guerra, que los llaman de todo, incluso tontos (también a sus votantes, pasados y posibles). Desde luego, los de PODEMOS podrán decir aquello de «ladran, luego cabalgamos». Sí, pero que muerden no tengamos ninguna clase de dudas.

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COLOQUIOS (187). Gabi Mendoza Ugalde

PRA NÃO DIZER QUE NÃO FALEI DAS FLORES (CAMINHANDO). Geraldo Vandré (1968)

COLOQUIOS (185). Gabi Mendoza Ugalde

«OBSERVAD AL CIERVO: SABE». Anónimo del s. XXI encontrado en las escalinatas de las Setas de La Encarnación (Compilaciones de Rafael Rodríguez González —Sevilla 2012—)

COLOQUIOS (177): «MALA CALIDAD [DE INTERIOR]». Gabi Mendoza Ugalde

COLOQUIOS (171): «¡HE DICHO QUE SOY COMPAÑERO, COÑO!». Gabi Mendoza Ugalde

CUANDO ACIERTO LO ADMITO. Por Rafael Rodríguez González

COLOQUIOS (144). Gabi Mendoza Ugalde

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Si quiere leer más del escritor  Joaquín de Grado en «CARMINA» pinche en su nombre

 

CÍRCULO «PODEMOS» DE CORIA DEL RÍO EN «CARMINA» (noviembre de 2014)

 

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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO AL PARLAMENTO EUROPEO. Estrasburgo, Francia (martes 25 de noviembre de 2014)

 

francisco-en-estrasburgo

 

Señor Presidente, Señoras y Señores Vicepresidentes,

Señoras y Señores Eurodiputados,
Trabajadores en los distintos ámbitos de este hemiciclo,
Queridos amigos

Les agradezco que me hayan invitado a tomar la palabra ante esta institución fundamental de la vida de la Unión Europea, y por la oportunidad que me ofrecen de dirigirme, a través de ustedes, a los más de quinientos millones de ciudadanos de los 28 Estados miembros a quienes representan. Agradezco particularmente a usted, Señor Presidente del Parlamento, las cordiales palabras de bienvenida que me ha dirigido en nombre de todos los miembros de la Asamblea.

   Mi visita tiene lugar más de un cuarto de siglo después de la del Papa Juan Pablo II. Muchas cosas han cambiado desde entonces, en Europa y en todo el mundo. No existen los bloques contrapuestos que antes dividían el Continente en dos, y se está cumpliendo lentamente el deseo de que «Europa, dándose soberanamente instituciones libres, pueda un día ampliarse a las dimensiones que le han dado la geografía y aún más la historia».[1]

   Junto a una Unión Europea más amplia, existe un mundo más complejo y en rápido movimiento. Un mundo cada vez más interconectado y global, y, por eso, siempre menos «eurocéntrico». Sin embargo, una Unión más amplia, más influyente, parece ir acompañada de la imagen de una Europa un poco envejecida y reducida, que tiende a sentirse menos protagonista en un contexto que la contempla a menudo con distancia, desconfianza y, tal vez, con sospecha.

   Al dirigirme hoy a ustedes desde mi vocación de Pastor, deseo enviar a todos los ciudadanos europeos un mensaje de esperanza y de aliento.

   Un mensaje de esperanza basado en la confianza de que las dificultades puedan convertirse en fuertes promotoras de unidad, para vencer todos los miedos que Europa – junto a todo el mundo – está atravesando. Esperanza en el Señor, que transforma el mal en bien y la muerte en vida.

   Un mensaje de aliento para volver a la firme convicción de los Padres fundadores de la Unión Europea, los cuales deseaban un futuro basado en la capacidad de trabajar juntos para superar las divisiones, favoreciendo la paz y la comunión entre todos los pueblos del Continente. En el centro de este ambicioso proyecto político se encontraba la confianza en el hombre, no tanto como ciudadano o sujeto económico, sino en el hombre como persona dotada de una dignidad trascendente.

   Quisiera subrayar, ante todo, el estrecho vínculo que existe entre estas dos palabras: «dignidad» y «trascendente».

   La «dignidad» es una palabra clave que ha caracterizado el proceso de recuperación en la segunda postguerra. Nuestra historia reciente se distingue por la indudable centralidad de la promoción de la dignidad humana contra las múltiples violencias y discriminaciones, que no han faltado, tampoco en Europa, a lo largo de los siglos. La percepción de la importancia de los derechos humanos nace precisamente como resultado de un largo camino, hecho también de muchos sufrimientos y sacrificios, que ha contribuido a formar la conciencia del valor de cada persona humana, única e irrepetible. Esta conciencia cultural encuentra su fundamento no sólo en los eventos históricos, sino, sobre todo, en el pensamiento europeo, caracterizado por un rico encuentro, cuyas múltiples y lejanas fuentes provienen de Grecia y Roma, de los ambientes celtas, germánicos y eslavos, y del cristianismo que los marcó profundamente,[2] dando lugar al concepto de «persona».

   Hoy, la promoción de los derechos humanos desempeña un papel central en el compromiso de la Unión Europea, con el fin de favorecer la dignidad de la persona, tanto en su seno como en las relaciones con los otros países. Se trata de un compromiso importante y admirable, pues persisten demasiadas situaciones en las que los seres humanos son tratados como objetos, de los cuales se puede programar la concepción, la configuración y la utilidad, y que después pueden ser desechados cuando ya no sirven, por ser débiles, enfermos o ancianos.

   Efectivamente, ¿qué dignidad existe cuando falta la posibilidad de expresar libremente el propio pensamiento o de profesar sin constricción la propia fe religiosa? ¿Qué dignidad es posible sin un marco jurídico claro, que limite el dominio de la fuerza y haga prevalecer la ley sobre la tiranía del poder? ¿Qué dignidad puede tener un hombre o una mujer cuando es objeto de todo tipo de discriminación? ¿Qué dignidad podrá encontrar una persona que no tiene qué comer o el mínimo necesario para vivir o, todavía peor, que no tiene el trabajo que le otorga dignidad?

   Promover la dignidad de la persona significa reconocer que posee derechos inalienables, de los cuales no puede ser privada arbitrariamente por nadie y, menos aún, en beneficio de intereses económicos.

   Es necesario prestar atención para no caer en algunos errores que pueden nacer de una mala comprensión de los derechos humanos y de un paradójico mal uso de los mismos. Existe hoy, en efecto, la tendencia hacia una reivindicación siempre más amplia de los derechos individuales – estoy tentado de decir individualistas –, que esconde una concepción de persona humana desligada de todo contexto social y antropológico, casi como una «mónada» (μονάς), cada vez más insensible a las otras «mónadas» de su alrededor. Parece que el concepto de derecho ya no se asocia al de deber, igualmente esencial y complementario, de modo que se afirman los derechos del individuo sin tener en cuenta que cada ser humano está unido a un contexto social, en el cual sus derechos y deberes están conectados a los de los demás y al bien común de la sociedad misma.

   Considero por esto que es vital profundizar hoy en una cultura de los derechos humanos que pueda unir sabiamente la dimensión individual, o mejor, personal, con la del bien común, con ese «todos nosotros» formado por individuos, familias y grupos intermedios que se unen en comunidad social.[3] En efecto, si el derecho de cada uno no está armónicamente ordenado al bien más grande, termina por concebirse sin limitaciones y, consecuentemente, se transforma en fuente de conflictos y de violencias.

   Así, hablar de la dignidad trascendente del hombre, significa apelarse a su naturaleza, a su innata capacidad de distinguir el bien del mal, a esa «brújula» inscrita en nuestros corazones y que Dios ha impreso en el universo creado;[4] significa sobre todo mirar al hombre no como un absoluto, sino como un ser relacional. Una de las enfermedades que veo más extendidas hoy en Europa es la soledad, propia de quien no tiene lazo alguno. Se ve particularmente en los ancianos, a menudo abandonados a su destino, como también en los jóvenes sin puntos de referencia y de oportunidades para el futuro; se ve igualmente en los numerosos pobres que pueblan nuestras ciudades y en los ojos perdidos de los inmigrantes que han venido aquí en busca de un futuro mejor.

   Esta soledad se ha agudizado por la crisis económica, cuyos efectos perduran todavía con consecuencias dramáticas desde el punto de vista social. Se puede constatar que, en el curso de los últimos años, junto al proceso de ampliación de la Unión Europea, ha ido creciendo la desconfianza de los ciudadanos respecto a instituciones consideradas distantes, dedicadas a establecer reglas que se sienten lejanas de la sensibilidad de cada pueblo, e incluso dañinas. Desde muchas partes se recibe una impresión general de cansancio, de envejecimiento, de una Europa anciana que ya no es fértil ni vivaz. Por lo que los grandes ideales que han inspirado Europa parecen haber perdido fuerza de atracción, en favor de los tecnicismos burocráticos de sus instituciones.

   A eso se asocian algunos estilos de vida un tanto egoístas, caracterizados por una opulencia insostenible y a menudo indiferente respecto al mundo circunstante, y sobre todo a los más pobres. Se constata amargamente el predominio de las cuestiones técnicas y económicas en el centro del debate político, en detrimento de una orientación antropológica auténtica.[5] El ser humano corre el riesgo de ser reducido a un mero engranaje de un mecanismo que lo trata como un simple bien de consumo para ser utilizado, de modo que – lamentablemente lo percibimos a menudo –, cuando la vida ya no sirve a dicho mecanismo se la descarta sin tantos reparos, como en el caso de los enfermos, los enfermos terminales, de los ancianos abandonados y sin atenciones, o de los niños asesinados antes de nacer.

   Este es el gran equívoco que se produce «cuando prevalece la absolutización de la técnica»,[6] que termina por causar «una confusión entre los fines y los medios».[7] Es el resultado inevitable de la «cultura del descarte» y del «consumismo exasperado». Al contrario, afirmar la dignidad de la persona significa reconocer el valor de la vida humana, que se nos da gratuitamente y, por eso, no puede ser objeto de intercambio o de comercio. Ustedes, en su vocación de parlamentarios, están llamados también a una gran misión, aunque pueda parecer inútil: Preocuparse de la fragilidad, de la fragilidad de los pueblos y de las personas. Cuidar la fragilidad quiere decir fuerza y ternura, lucha y fecundidad, en medio de un modelo funcionalista y privatista que conduce inexorablemente a la «cultura del descarte». Cuidar de la fragilidad de las personas y de los pueblos significa proteger la memoria y la esperanza; significa hacerse cargo del presente en su situación más marginal y angustiante, y ser capaz de dotarlo de dignidad.[8]

   Por lo tanto, ¿cómo devolver la esperanza al futuro, de manera que, partiendo de las jóvenes generaciones, se encuentre la confianza para perseguir el gran ideal de una Europa unida y en paz, creativa y emprendedora, respetuosa de los derechos y consciente de los propios deberes?

   Para responder a esta pregunta, permítanme recurrir a una imagen. Uno de los más célebres frescos de Rafael que se encuentra en el Vaticano representa la Escuela de Atenas. En el centro están Platón y Aristóteles. El primero con el dedo apunta hacia lo alto, hacia el mundo de las ideas, podríamos decir hacia el cielo; el segundo tiende la mano hacia delante, hacia el observador, hacia la tierra, la realidad concreta. Me parece una imagen que describe bien a Europa en su historia, hecha de un permanente encuentro entre el cielo y la tierra, donde el cielo indica la apertura a lo trascendente, a Dios, que ha caracterizado desde siempre al hombre europeo, y la tierra representa su capacidad práctica y concreta de afrontar las situaciones y los problemas.

   El futuro de Europa depende del redescubrimiento del nexo vital e inseparable entre estos dos elementos. Una Europa que no es capaz de abrirse a la dimensión trascendente de la vida es una Europa que corre el riesgo de perder lentamente la propia alma y también aquel «espíritu humanista» que, sin embargo, ama y defiende.

   Precisamente a partir  de la necesidad de una apertura a la trascendencia, deseo afirmar la centralidad de la persona humana, que de otro modo estaría en manos de las modas y poderes del momento. En este sentido, considero fundamental no sólo el patrimonio que el cristianismo ha dejado en el pasado para la formación cultural del continente, sino, sobre todo, la contribución que pretende dar hoy y en el futuro para su crecimiento. Dicha contribución no constituye un peligro para la laicidad de los Estados y para la independencia de las instituciones de la Unión, sino que es un enriquecimiento. Nos lo indican los ideales que la han formado desde el principio, como son: la paz, la subsidiariedad, la solidaridad recíproca y un humanismo centrado sobre el respeto de la dignidad de la persona.

   Por ello, quisiera renovar la disponibilidad de la Santa Sede y de la Iglesia Católica, a través de la Comisión de las Conferencias Episcopales Europeas (COMECE), para mantener un diálogo provechoso, abierto y trasparente con las instituciones de la Unión Europea. Estoy igualmente convencido de que una Europa capaz de apreciar las propias raíces religiosas, sabiendo aprovechar su riqueza y potencialidad, puede ser también más fácilmente inmune a tantos extremismos que se expanden en el mundo actual, también por el gran vacío en el ámbito de los ideales, como lo vemos en el así llamado Occidente, porque «es precisamente este olvido de Dios, en lugar de su glorificación, lo que engendra la violencia».[9]

   A este respecto, no podemos olvidar aquí las numerosas injusticias y persecuciones que sufren cotidianamente las minorías religiosas, y particularmente cristianas, en diversas partes del mundo. Comunidades y personas que son objeto de crueles violencias: expulsadas de sus propias casas y patrias; vendidas como esclavas; asesinadas, decapitadas, crucificadas y quemadas vivas, bajo el vergonzoso y cómplice silencio de tantos.

   El lema de la Unión Europea es Unidad en la diversidad, pero la unidad no significa uniformidad política, económica, cultural, o de pensamiento. En realidad, toda auténtica unidad vive de la riqueza de la diversidad que la compone: como una familia, que está tanto más unida cuanto cada uno de sus miembros puede ser más plenamente sí mismo sin temor. En este sentido, considero que Europa es una familia de pueblos, que podrán sentir cercanas las instituciones de la Unión si estas saben conjugar sabiamente el anhelado ideal de la unidad, con la diversidad propia de cada uno, valorando todas las tradiciones; tomando conciencia de su historia y de sus raíces; liberándose de tantas manipulaciones y fobias. Poner en el centro la persona humana significa sobre todo dejar que muestre libremente el propio rostro y la propia creatividad, sea en el ámbito particular que como pueblo.

   Por otra parte, las peculiaridades de cada uno constituyen una auténtica riqueza en la medida en que se ponen al servicio de todos. Es preciso recordar siempre la arquitectura propia de la Unión Europea, construida sobre los principios de solidaridad y subsidiariedad, de modo que prevalezca la ayuda mutua y se pueda caminar, animados por la confianza recíproca.

   En esta dinámica de unidad-particularidad, se les plantea también, Señores y Señoras Eurodiputados, la exigencia de hacerse cargo de mantener viva la democracia, la democracia de los pueblos de Europa. No se nos oculta que una concepción uniformadora de la globalidad daña la vitalidad del sistema democrático, debilitando el contraste rico, fecundo y constructivo, de las organizaciones y de los partidos políticos entre sí. De esta manera se corre el riesgo de vivir en el reino de la idea, de la mera palabra, de la imagen, del sofisma… y se termina por confundir la realidad de la democracia con un nuevo nominalismo político. Mantener viva la democracia en Europa exige evitar tantas «maneras globalizantes» de diluir la realidad: los purismos angélicos, los totalitarismos de lo relativo, los fundamentalismos ahistóricos, los eticismos sin bondad, los intelectualismos sin sabiduría.[10]

   Mantener viva la realidad de las democracias es un reto de este momento históri co, evitando que su fuerza real – fuerza política expresiva de los pueblos – sea desplazada ante las presiones de intereses multinacionales no universales, que las hacen más débiles y las trasforman en sistemas uniformadores de poder financiero al servicio de imperios desconocidos. Este es un reto que hoy la historia nos ofrece.

   Dar esperanza a Europa no significa sólo reconocer la centralidad de la persona humana, sino que implica también favorecer sus cualidades. Se trata por eso de invertir en ella y en todos los ámbitos en los que sus talentos se forman y dan fruto. El primer ámbito es seguramente el de la educación, a partir de la familia, célula fundamental y elemento precioso de toda sociedad. La familia unida, fértil e indisoluble trae consigo los elementos fundamentales para dar esperanza al futuro. Sin esta solidez se acaba construyendo sobre arena, con graves consecuencias sociales. Por otra parte, subrayar la importancia de la familia, no sólo ayuda a dar prospectivas y esperanza a las nuevas generaciones, sino también a los numerosos ancianos, muchas veces obligados a vivir en condiciones de soledad y de abandono porque no existe el calor de un hogar familiar capaz de acompañarles y sostenerles.

   Junto a la familia están las instituciones educativas: las escuelas y universidades. La educación no puede limitarse a ofrecer un conjunto de conocimientos técnicos, sino que debe favorecer un proceso más complejo de crecimiento de la persona humana en su totalidad. Los jóvenes de hoy piden poder tener una formación adecuada y completa para mirar al futuro con esperanza, y no con desilusión. Numerosas son las potencialidades creativas de Europa en varios campos de la investigación científica, algunos de los cuales no están explorados todavía completamente. Baste pensar, por ejemplo, en las fuentes alternativas de energía, cuyo desarrollo contribuiría mucho a la defensa del ambiente.

   Europa ha estado siempre en primera línea de un loable compromiso en favor de la ecología. En efecto, esta tierra nuestra necesita de continuos cuidados y atenciones, y cada uno tiene una responsabilidad personal en la custodia de la creación, don precioso que Dios ha puesto en las manos de los hombres. Esto significa, por una parte, que la naturaleza está a nuestra disposición, podemos disfrutarla y hacer buen uso de ella; por otra parte, significa que no somos los dueños. Custodios, pero no dueños. Por eso la debemos amar y respetar. «Nosotros en cambio nos guiamos a menudo por la soberbia de dominar, de poseer, de manipular, de explotar; no la “custodiamos”, no la respetamos, no la consideramos como un don gratuito que hay que cuidar».[11] Respetar el ambiente no significa sólo limitarse a evitar estropearlo, sino también utilizarlo para el bien. Pienso sobre todo en el sector agrícola, llamado a dar sustento y alimento al hombre. No se puede tolerar que millones de personas en el mundo mueran de hambre, mientras toneladas de restos de alimentos se desechan cada día de nuestras mesas. Además, el respeto por la naturaleza nos recuerda que el hombre mismo es parte fundamental de ella. Junto a una ecología ambiental, se necesita una ecología humana, hecha del respeto de la persona, que hoy he querido recordar dirigiéndome a ustedes.

   El segundo ámbito en el que florecen los talentos de la persona humana es el trabajo. Es hora de favorecer las políticas de empleo, pero es necesario sobre todo volver a dar dignidad al trabajo, garantizando también las condiciones adecuadas para su desarrollo. Esto implica, por un lado, buscar nuevos modos para conjugar la flexibilidad del mercado con la necesaria estabilidad y seguridad de las perspectivas laborales, indispensables para el desarrollo humano de los trabajadores; por otro lado, significa favorecer un adecuado contexto social, que no apunte a la explotación de las personas, sino a garantizar, a través del trabajo, la posibilidad de construir una familia y de educar los hijos.

   Es igualmente necesario afrontar juntos la cuestión migratoria. No se puede tolerar que el mar Mediterráneo se convierta en un gran cementerio. En las barcazas que llegan cotidianamente a las costas europeas hay hombres y mujeres que necesitan acogida y ayuda. La ausencia de un apoyo recíproco dentro de la Unión Europea corre el riesgo de incentivar soluciones particularistas del problema, que no tienen en cuenta la dignidad humana de los inmigrantes, favoreciendo el trabajo esclavo y continuas tensiones sociales. Europa será capaz de hacer frente a las problemáticas asociadas a la inmigración si es capaz de proponer con claridad su propia identidad cultural y poner en práctica legislaciones adecuadas que sean capaces de tutelar los derechos de los ciudadanos europeos y de garantizar al mismo tiempo la acogida a los inmigrantes; si es capaz de adoptar políticas correctas, valientes y concretas que ayuden a los países de origen en su desarrollo sociopolítico y a la superación de sus conflictos internos – causa principal de este fenómeno –, en lugar de políticas de interés, que aumentan y alimentan estos conflictos. Es necesario actuar sobre las causas y no solamente sobre los efectos.

Señor Presidente, Excelencias, Señoras y Señores Diputados:

Ser conscientes de la propia identidad es necesario también para dialogar en modo propositivo con los Estados que han solicitado entrar a formar parte de la Unión en el futuro. Pienso sobre todo en los del área balcánica, para los que el ingreso en la Unión Europea puede responder al ideal de paz en una región que ha sufrido mucho por los conflictos del pasado. Por último, la conciencia de la propia identidad es indispensable en las relaciones con los otros países vecinos, particularmente con aquellos de la cuenca mediterránea, muchos de los cuales sufren a causa de conflictos internos y por la presión del fundamentalismo religioso y del terrorismo internacional.

   A ustedes, legisladores, les corresponde la tarea de custodiar y hacer crecer la identidad europea, de modo que los ciudadanos encuentren de nuevo la confianza en las instituciones de la Unión y en el proyecto de paz y de amistad en el que se fundamentan. Sabiendo que «cuanto más se acrecienta el poder del hombre, más amplia es su responsabilidad individual y colectiva».[12] Les exhorto, pues, a trabajar para que Europa redescubra su alma buena.

   Un autor anónimo del s. II escribió que «los cristianos representan en el mundo lo que el alma al cuerpo».[13] La función del alma es la de sostener el cuerpo, ser su conciencia y la memoria histórica. Y dos mil años de historia unen a Europa y al cristianismo. Una historia en la que no han faltado conflictos y errores, también pecados, pero siempre animada por el deseo de construir para el bien. Lo vemos en la belleza de nuestras ciudades, y más aún, en la de múltiples obras de caridad y de edificación humana común que constelan el Continente. Esta historia, en gran parte, debe ser todavía escrita. Es nuestro presente y también nuestro futuro. Es nuestra identidad. Europa tiene una gran necesidad de redescubrir su rostro para crecer, según el espíritu de sus Padres fundadores, en la paz y en la concordia, porque ella misma no está todavía libre de conflictos.

   Queridos Eurodiputados, ha llegado la hora de construir juntos la Europa que no gire en torno a la economía, sino a la sacralidad de la persona humana, de los valores inalienables; la Europa que abrace con valentía su pasado, y mire con confianza su futuro para vivir plenamente y con esperanza su presente. Ha llegado el momento de abandonar la idea de una Europa atemorizada y replegada sobre sí misma, para suscitar y promover una Europa protagonista, transmisora de ciencia, arte, música, valores humanos y también de fe. La Europa que contempla el cielo y persigue ideales; la Europa que mira y defiende y tutela al hombre; la Europa que camina sobre la tierra segura y firme, precioso punto de referencia para toda la humanidad.

   Gracias.

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[1] Juan pablo II, Discurso al Parlamento Europeo, 11 octubre 1988, 5.

[2] Cf. Juan pablo II, Discurso a la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, 8 octubre 19883.

[3] Cf. Benedicto XVI, Caritas in veritate, 7; Con. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, 26.

[4] Cf. Compendio de la doctrina social de la Iglesia, 37, 37.

[5] Cf. Evangelii gaudium, 55.

[6] Benedicto XVI, Caritas in veritate, 71.

[7] Ibíd.

[8] Cf. Evangelii gaudium, 209.

[9] Benedico XVI, Discurso a los Miembros del Cuerpo diplomático, 7 enero 2013.

[10] Cf. Evangelii gaudium, 231.

[11] Audiencia General, 5 junio 2013.

[12] Gaudium et spes, 34.

[13] Carta a Diogneto, 6.

© Copyright – Libreria Editrice Vaticana

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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI. Con Ocasión del Viaje Apostólico a Alemania 2011. Visita al Parlamento Alemán. Antonio Luis Albás

 

COLOQUIOS (269). Gabi Mendoza Ugalde

 

cielodesanmateoManuelVerpi2014

(Fotos:  Manuel Verpi [Alcalá 2014])

 

—¿Quién puede con España?

—Pesoe, Pepé, Cíu, Peeneuve e Íu, y los demás, han conseguido vaciar tabardos,  arcas, carteras, zurrones y bolsas.

—¿Y Podemos…? ¿Podrán como los demás robar y robar, y hasta cabalgar a lomos de ágiles corceles por bellos campos recalificables para el desarrollo y el progreso?

—Ahora que a ellos te refieres, me han dicho que en el Gobierno serían catastróficos para el país.

—…El cielo querrás decir, porque para Podemos España es celestial.

—Para su mala suerte, de momento, aun victoriosos en un eventual asalto y todo, si sus pies posaran en tal cielo sus ruinas hallarían, los despojos que a los sufridos españoles han dejado 40 años de expolio. España, hoy por hoy, es al cielo uno de sus infiernos.

—«Miré los muros de la patria mía»[Quevedo]

SIN PERDÓN. De la serie «RECORTES», Nº 99. Por Pablo Romero Gabella

 

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Brocante de Montmatre

[Foto: LGV París 2006]

 

«No acepto de ninguna de las maneras que se diga que hay una corrupción generalizada en la política; en absoluto voy a aceptar ese tipo de afirmaciones porque no son verdad. Entiendo y comparto plenamente la indignación de tantos españoles ante la acumulación de escándalos. El último que hemos conocido, con la información que tenemos hasta el momento, parece que responde a la codicia personal de los cargos públicos a los que afecta, y no a las organizaciones políticas a las que pertenecen o pertenecían. Por lo que se refiere a las personas que forman parte de mi partido, ya están suspendidas de militancia, y si se confirman las imputaciones serán expulsadas. Pero, en cualquier caso, lamento profundamente la situación creada, y en nombre del Partido Popular quiero pedir disculpas a todos los españoles por haber situado en puestos de los que no eran dignos a quienes en apariencia han abusado de ellos»

[Intervenciones del Presidente Mariano Rajoy Brey, Diario de Sesiones Congreso de los Diputados, 19 de diciembre de 2011/ Diario de Sesiones del Senado, 28 de octubre de 2014]