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RAFAEL LUNA (fragmento) («Historias de Vidas», Olga Duarte Piña y Lauro Gandul Verdún, 2004)

 

Fafi 2004

El pintor en su estudio de la calle Coracha
Foto O.D.P., 2004

 

Así como don Juan revela a Carlos Castaneda que es un cuervo, que aunque se le vea como don Juan, si se le sabe ver aparecerá como cuervo; le hemos preguntado a Rafael Luna si él puede decir como el indio yaqui, y si es algún pájaro lo que se vería de él sabiéndolo ver. Nos contesta que no, que él se siente más asociado a un pequeño felino; aunque su abuelo tenía una lechuza con las alas cortadas por el patio de su casa, que tan pronto se la veía en la ventana del comedor como entre las macetas, se la alimentaba, se convivía con ella. Su abuelo, que tenía vacas en Torreblanca, trajo la lechuza. Quizá pudiera tener en común con los pájaros su obsesión por el horizonte: «Imaginar que todos mis deseos más maravillosos están allí, pero sabiendo al mismo tiempo que es una ilusión, porque el horizonte no existe. Nunca voy a encontrarlo aunque siga eternamente dando la vuelta a la Tierra.»

            Su primer dibujo lo hizo con 6 ó 7 años. Recuerda que era una viñeta que trazó en la contraportada de un atlas donde se representaba a un legionario con su metralleta diciendo algo así como «¡venga Pepe!», desde lo alto de la batea de una antigua furgoneta.

            (..) «Saco mis historias de mi curiosidad, de los medios de información y de la calle, o de la misma historia de la pintura. Soy un voyeur. Encuentro una máxima y la repito, hago un reportaje, como con las máquinas de escribir, las sillas de barbero, las meninas o los laberintos de sábanas. No me preocupa tanto la técnica como a los pintores puros sino contar una historia, aunque sea absurda, y comunicar. Muchas veces yo pienso que soy más literato que pintor. No me considero un artista mártir porque aparte de la pintura me han gustado otras cosas. Si tenía un poco de dinero no era para comprar pinceles sino que prefería tomarme un café viendo a la gente pasar desde la terraza más elegante de París, aunque no me tomara otro en un año.»

 

1-Fafi, 2008

Gramófonos

 

3-Fafi, 2008 (La botella sonora)

La botella sonora
 
El billar-futbolín
 

RAFAEL BALTANÁS (fragmento) («Historias de vidas» Olga Duarte Piña y Lauro Gandul Verdún, 2003)


El escritor Rafael Baltanás
Foto Olga Duarte
2003

 

Rafael Baltanás es un escritor comprometido con la vida, sobre todo con esa parte de la vida sobre la que caen todos los palos, ese triste lomo de la vida que machacan algunos, o muchos, sobre un resto de millones de seres. Lo que nutre a esa, verdaderamente infame, turba de canallas, ese alimento podrido, su cultivo, la siniestra ciencia que permite los herbazales donde pastan las bestias de los inicuos, contituyen el blanco que pretende pinchar el escritor con sus dardos certeros.

(..) «He leído mucho, mucho para mí, porque para cualquiera no es tanto», nos dice. No es hombre de academia, aunque no considera el autodidactismo una categoría distinta de lo académico, porque al final -y al principio- de toda ilustración están los libros que son los que marcan los caminos a seguir para llegar al tesoro que contienen sus páginas.

            Su sentido de la libertad, su humildad intelectual o su timidez, le han llevado a firmar con pseudónimos e incluso a no firmar sus propios textos, como aquellos cronistas de la prensa decimonónica. Pseudónimos o anónimos, sus textos le han comprometido siempre. Ya desde antes de la muerte de Franco, cuando compromiso no era sólo una categoría espiritual, y así a lo largo de veinticinco años de militancia política, de la que hace algunos se encuentra alejado, según declara, por no querer estar en sitio alguno en que los medios y los pasos no estén impregnados del fin al que se aspira.

XOPI. Fragmento de «Historias de vidas» Olga Duarte Piña y Lauro Gandul Verdún, 2006

Dibujos de Xopi 011

Madame
(acrílico sobre papel)
Xopi
2005

 

Ha buscado en muchos campos: la poesía, la música y la pintura. El arte es para Xopi, primero, una forma de comunicación. Dentro de sí las sensaciones especiales, los pensamientos propios, las visiones van formando una masa que no puede quedarse sin salir, que él tiene que sacar como mensajes que lanza fuera. Este ciclo no concluye hasta llegar a alguien o a algún sitio.

            (…) Algunos materiales le comunican más que otros: la tierra, los óxidos, el yodo, los materiales industriales, los plásticos, pero sin ninguna intención de reciclar nada. Si quiere hacer un cuadro con 88 gafas, va a la tienda y las compra (de las baratas, de cartón y celofán). Aunque si en un solar abandonado encuentra una chancla vieja y la coge, porque sienta que se le haya insinuado, sabe que algún día llegará el momento en que un cuadro le pida pegarle esa chancla retorcida. La chancla se habrá convertido en un canto a la pobreza. Nos dice que hay que ir por los sitios con ojos de buscador-artista. Si el mensaje se lanza con intención artística, no puede ser otra cosa que arte. El artista no quiere convencer políticamente ni vender nada. La cuestión es transmitir la emoción de sus actos de creación.

            Hay cuadros de los que no se quiere desprender, como uno que pintó de un amigo enfermo, donde aparece un cuerpo humano enchufado a unos mecanismos, con un poema pegado. No quiere quedarse sin él por considerar que mientras lo posea, de alguna manera, su amigo seguirá vivo.

 

Xopi 6

El artista Xopi en su estudio
Foto O.D.P.
2006

JUAN PORTILLO GARCÍA (1943-2002) (fragmento) («HISTORIAS DE VIDAS» Olga Duarte Piña y Lauro Gandul Verdún, 2006)

 

 

Juan Portillo García

(Foto Enrique Sánchez)

 

 

Para Susan Sontag la verdadera comunidad literaria está formada por tres sujetos: el escritor, el profesor y el lector. Sin los tres no existe sociedad literaria y los tres, interrelacionados e intercomunicados, son, por extensión, representativos de la sociedad toda, convocada en torno al hecho literario, el ámbito por antonomasia de las palabras. Por ahí anduvo Juan siempre llenándose de ellas, del sentimiento, de las ideas, de las imágenes que alojan. Como narrador oral, como conversador, como lector del monólogo de otros y hacedor del suyo propio, igual que esos países sin territorio, con lengua, historia, mitología y religión, pero sin territorio. Juan se nos fue habiéndonos dejado por escrito sólo el libro sobre el maestro Matos y un puñado de artículos repartidos entre distintas publicaciones. Si tuviéramos que ponderar la obra oral de Juan, tal vez concluyéramos con más acierto su legado, su trascendencia pública. Si añadiéramos las muchas personas que a través de él y con ocasión de las actividades que sostenía ante los demás se conocieron y se motivaron para crear y difundir la cultura, el arte, el conocimiento, se tendría una percepción clara de las necesarias funciones que asumió, por voluntad y por deber; no sin hedonismo, no sin dejar de disfrutar siempre la alegría de vivir. Afortunadamente no es difícil seguir su rastro vital a través de la memoria de tantos que lo conocieron y quisieron. También, si se sabe buscar, puede ser hallado en las bibliotecas o en las hemerotecas. En su casa está por todos lados.

 

 


Retrato de Juan Portillo

por Ignacio del Río

(óleo sobre lienzo)

 

 

 

ANTONIO MEDINA DE HARO (1936-1997) (fragmento) («Historias de vidas» Olga Duarte Piña y Lauro Gandul Verdún, 2006)

Antonio Medina de Haro

Dibujo-retrato del poeta y profesor
Antonio Medina de Haro por Luis Caro
(1992)

Al estallar la Guerra Civil la familia tuvo que trasladarse a Málaga, porque al padre lo habían llamado a filas y fue destinado como cocinero a esa ciudad, donde Antonio Medina de Haro nace, por pura casualidad, el 6 de diciembre de 1936. Siendo muy chico, una criatura, la familia regresa a Guadix, donde el padre se hace cargo de una distribuidora de vinos. El local de la empresa era a la vez bodega y taberna. Con el tiempo el padre compró un camión para repartir el vino entre los clientes de Guadix y de otros pueblos de los alrededores. Cuando niño y adolescente, y también cuando muchacho universitario, Antonio ayudó cuanto pudo en la bodega. Cuentan que con diez años su padre lo mandó en tren a Madrid para que cobrara una factura a un cliente moroso, y allí fue, a la capital y, por supuesto, se trajo el dinero para Guadix. La madre siempre quiso que Antonio estudiara en la Universidad. Era una mujer con muchas inquietudes y, probablemente, fue ella quien le transmitió al hijo la pasión por la lectura, porque ella leía mucho, era curiosa, le entusiasmaba aprender. No lo quería en la empresa familiar, quería que hiciera una carrera, la que él eligiera. Antonio quiso hacer Filosofía y Letras y eligió la Universidad de Salamanca. Su madre lo animó en su predilección porque ya comprobaba en el hijo una valía especial para la palabra, cuando escuchaba lo que hablaba o leía lo que escribía. Antonio, que era el mayor, y sus tres hermanas estudiaron el bachillerato en Granada. La más joven hizo luego enfermería, pero él inaugura en la familia el acometer una licenciatura superior y, además, lejos de su pueblo, en la vieja Castilla, en la Universidad donde Lázaro Carreter fue maestro suyo.

 

LOS EXPEDITO Y LA MÚSICA (fragmento) («Historias de vidas» Olga Duarte Piña y Lauro Gandul Verdún, 2007)

 

 


De izquierda a derecha,
José, Rafael y Expedito Fernández Alba con el uniforme de la Banda Obrera
en Alcalá de Guadaíra, 1931.
Foto de autor anónimo,
cedida por Expedito Fernández Fernández

 

La Banda Obrera supuso un fenómeno insólito, puesto que a duras penas conseguían los pueblos de entonces que sus ayuntamientos crearan o ayudaran a crear una banda municipal. En la Alcalá de los años treinta van a ofrecer conciertos y pasacalles tanto la oficial como esta otra surgida de la voluntad y el arte de un puñado de guarnicioneros, horneros, toneleros, caleros, zapateros, carpinteros, panaderos…, hechos músicos por Rafael Fernández Alba. A veces coincidían al dar sus conciertos: cuando una tocaba en el Duque, la otra lo hacía en la Plazuela.

            La Orquesta Hollywood, que era más bien una jazz-band formada por tan sólo siete u ocho miembros, permitía una mayor capacidad de movimiento y ser contratada más veces para tocar en locales donde la banda no tenía cabida, y por entidades diversas: no iba a tocar la banda en las terrazas del hotel Oromana y sí la orquesta, o en una caseta de feria o en el pequeño cine del Pere-Gil. Nos atrevemos a sugerir que probablemente la pequeña Orquesta Hollywood financiara una parte importante de los gastos de funcionamiento de la banda, y al revés. Todos los músicos de la Hollywood pertenecían a la Banda Obrera. Al mismo tiempo, la actividad de la jazz-band, tanto los ensayos como las funciones públicas, serviría además como laboratorio musical en el que experimentaban con los nuevos ritmos venidos de los Estados Unidos, aunque en las veladas y bailes donde actuaban no faltaban pasodobles o tangos. Sería curioso poder hoy, si hubieran quedado grabaciones de la Orquesta Hollywood y de la Banda Obrera, analizar las recíprocas repercusiones, estrictamente musicales, en la manera de ejecutar una y otra sus respectivos repertorios. En cualquier caso todos los músicos de ambos conjuntos habían tenido que costearse sus instrumentos y el encargo de sus uniformes en la sastrería, y no perder el tiempo desde que salían de sus trabajos para no llegar tarde a los ensayos en la casa que Rafael Alba, tío de Rafael, poseía en la calle Coracha frente a la calle Gloria.

            Hay una anécdota que Vicente Piña contaba sobre la banda obrera, acerca de una vez que para ensayar un pasacalle contrataron un camión que los llevara al campo, cerca del lugar conocido como El Junco. Se pusieron a tocar a compás de marcha y en formación, sin darse cuenta de que estaban junto a un cercado de toros. La música atrajo a los animales y los músicos se asustaron y a toda prisa como pudieron se subieron al camión. Pero las bestias no se habían aproximado para embestirlos, sino para escucharlos, atraídas por aquellos sonidos, tan extraños en aquel lugar. Sin dar muestras de fiereza alguna allí se quedaron los toros parados como apreciando la belleza de las notas. Y los músicos decidieron bajarse del camión y continuar con el ensayo del pasacalle ante un público de mansos cuadrúpedos.

            La Guerra Civil fulminó el sueño de los Expedito. La Orquesta Holliwood y la Banda Obrera desaparecieron. (…)