HOMENAJE A VICENTE NÚÑEZ. COSMOPOÉTICA 2006. (I). Antonio Luis Albás, (2015)
Cosmopoética from revistacarmina on Vimeo.
Cosmopoética from revistacarmina on Vimeo.
Francis Bacon, 1952, retratado por el fotógrafo John Deakin
Una mujer pasea desnuda por la playa
Solitaria. Amanece.
Su cabello rojizo, al grana de la aurora
Dora y despierta al paso oleajes dormidos.
Desde la residencia, en alto mechinal,
El anciano acogido la acerca y la vigila
Con los viejos gemelos de teatro y de nácar
-tal vez vieron a Xirgu-
Y algo que ya no siente, le engaña
En el recuerdo.
El nuevo día vibra como un violín de luz
En el pulso de la arritmia.
Hasta para el que mira, encerrado en sus años,
El verano será el tiempo de la dicha.
V.N.XVIII from revistacarmina on Vimeo.
En tanto que de rosas
hacemos una piña…
SAN JUAN DE LA CRUZ
La cueva sin nadie que conocía el agua
y las espátulas de pizarra del mar contra las rocas
no eran una música más arriba,
o que provocasen siquiera frente a barcas de palo.
El frío del Altísimo,
tras la solar hoguera de los montes,
un silbido espeso derramó y palpitábamos.
«Ángeles son, y no contadas naves».
Y cuando lo decías,
sin ese esfuerzo que inutiliza el recuerdo,
un pecho tierno me brotó de repente:
ángeles son, dejados a su avío;
en tanto que de gozo se me apiñó la dicha.
V.N.XVII from revistacarmina on Vimeo.
Por afinidad de estilo y por amistad está cerca de Cántico; es de su estirpe; una especie de hermano menor de este Grupo Poético; la riqueza verbal y expresiva distinguió a esta generación de polígrafos que surgió en Córdoba en los años cuarenta; también el humor, la ironía y el sarcasmo…
…Es fundamental el humor en la poesía de Pablo, de Ricardo, pero en su vida muchísimos más, pero además el humor también en los dos pintores que forman parte de Cántico, Ginés Liébana y Miguel del Moral. Y continúa siéndolo; el sentido rápido, eminentemente andaluz; el chispazo, las formas, incluso métricas, aplicadas a lo raso de cada momento; eso es de un manejo exclusivamente de Cántico… En este sentido, un andaluz es la cosa más limpia, más proyectiva que hay, en el mundo.
Somos hondos, reflexivos, graciosos, concentrados, leales; habladores, ensimismados, fieles, amistosos, largos de corazón; cortos de tacañerías…
V.N.XVI from revistacarmina on Vimeo.
Pero me llama la atención que todo este mundo pueda convivir junto con el de las tabernas, con las mesas de juego del dominó… con el mundo de tu pueblo…
Sí, es curioso lo que dices, pero eso también revela que los textos existenciales tienen una pesantez y una sintaxis no del todo conocida, ni sabida, ni asumida, ni estudiada; se impone por el espíritu sintáctico ordenador, ordenativo, que era el sujeto, el verbo y el predicado…
Una sintaxis no es mas que una voluntad de orden, eso se revela en una taberna… se impone; la voluntad de sintaxis… la desorganización de los elementos que están dispersos en cualquier ámbito pueden ser ordenados con una expresión superior a los de la literatura. La literatura ahí ya no tiene ahí nada que decir; se revela otro orden, otro lenguaje, otro discurso, otra lectura del texto de la vida. Las faltas garrafales pueden ser, en ese contexto, grandes éxitos de lenguaje, de expresión, de cinematografía, de posibilidad, de frescor, de comunicación.
Ahora mismo lo estoy yo percibiendo, qué duda cabe, no a través del silencio que se impone como un paréntesis obligado, sino de lo que intuyo y entreveo que hay dentro de ese paréntesis… que quizá tú no percibas porque no vives aquí, no frecuentas este bar. Ése paréntesis no está vacío, está lleno de un texto. Y hay un paréntesis sin duda, y de qué calibre; quizá irrepetible, quizá único o por lo menos irrepetible. Las irrepetibilidades imponen textos. Luego se ensueñan. Y el sueño lo borra todo. No. No lo borra, ¿del todo no… verdad?; ¿tú qué opinas?. Lo recrea. ¿Lo recrea…?
Descanso en la Huida a Egipto. (Sagrada Familia con Ángel Músico). Caravaggio, (1597)
En los confines “fractales”, fronteras movedizas de lo que todavía no está del todo inmerso en el reino de lo caótico, cualquier tentativa angélica de vuelo sólo podría ser planeada desde la suspensión repentina de su pliegue evasor –volante évasé-, ya que un vuelo sostenible no se concibe sino en el desamarre de la caoticidad y sus fracturas, lo que presupone un alarde extremo en la ostentación angélica de los atributos innatos. Desplegarse es poner a salvo la forma amenazada, como nos sugieren los dantescos barros navideños, donde el ángel del In excelsis, aunque tan torpemente articulado y abandonado a la terrible anfractuosidad cinematográfica del corcho y las escorias de la fragua, del aserrín, el celofán y los algodones, todavía anhela protegerse y refugiarse en el edén ingenuo de las disposiciones artesanales. Los ángeles son pese a esa desoladora plataforma de despegue, especies de los espacios ya saturados de forma, instancias últimas de traslado y fuga, apoyos evasivos hacia lo despejado del ser.
Formas compactas de transcurso como se nos revelan enigmáticas aquellas otras –formas-posada- que ya habían alcanzado en lo aéreo de su voraz “angelofagia”, en ese corredor inagotable de pináculos, cúpula y cimborrios apresadores de la densa, de la atribulada tribu alada. O como en el espacio medieval de las vidrieras, embutidas luego en la luz acotada y emplomada por el devenir de los estilos arquitectónicos y de las ceremonias; en todo aquello que hace posible que las esquinas “fractales” –recortes muy apurados de enjutas y pechinas – se propugnen como sostenes arcangélicos de las basílicas y como depósitos doctrinales de reserva, continuamente sobresaltados por el espeso hervor de las liturgias. Lo angosto es el pulimento de lo angélico. Y así como en el derrame terminal de los cirios de la consunción se gradúa por el parpadeo depresor de la llama, lo angélico se encumbra y arde en el roce indefenso de lo humano, que lo convoca y lo funde, sometiéndolo a un decrecer mortecino o una eclosión de ráfaga.
Túneles y conductores, los ángeles hacen posible el decurso de la luz. Son lo soterrado de lo abierto. Peanas alucinantes de la luz, acróteras prestas a devastarse en la solicitudes de la ultimidad.
A Córdoba
QUIEN desde tanto tiempo aquí ha tomado
asiento y vigilancia entre los hombres
puede dejarse confundir oculto
tras la sospecha hostil de la asamblea.
De otra manera nadie
conservará los viejos atributos
y en la tarde templada,
por las estrechas calles solitarias
alguien apenas distinguir sabría
tu inconfundible traza de extranjero.
Mientras contemplas la ciudad que amas
en la noche festiva,
el corazón lo mismo que un fantasma
en la heredad, se pierde entre las sombras.
Tu pensamiento luego que dejaste
la plaza y el balcón, agua gloriosa
de la mañana, y diste
en las robustas filas de la obra
ejemplo urbano al brazo mercenario,
naufraga allí, oh hastío
sin término, tortura separada,
curso del hombre anclado en su demora.
Podrías fingirte ciego
o dejarte sangrar contra las garras
del tosco almotacén, en la concordia
altisonante de los mercaderes.
Todo proclama el lleno de la vida,
los oficios urdidos,
la lejanía aún de tu existencia.
Una disputa acaso entre los templos
altera el orden frío y la liturgia
del Dios que, como tú, discurre en las afueras.
Toma entonces la vida
bajo esa clara sombra de la fuente:
nadie vendrá contigo a compartirla
si no es el viento suavemente airado.
La esplendidez de la mañana, ésta
o aquella iguales en tu misma carne,
con cuanta disciplina distribuye
y recompensa al forastero, asido
con firmes lazos al trasiego urbano.
esos triunfos sólo son de olvido
que con su piel sucumbirán un día.
¡Levad, levad, que afluye
la llana comitiva de los pueblos!
Pasan del río al zoco o la aljama
bajo el boato de los sicomoros,
y al toque cenital, la hora dando
justa del ser que ordena
existencia y retales,
sólo el silencio, como un perro hambriento,
sus pasos con los tuyos acompasa.
Si en un orden así, por una suerte
más primitiva escapas
a la ciudad terrena y sus afanes,
teme que en otra libertad no encuentres
la esclavitud preciosa de la vida.
Y este ritmo, amurallado
en un designio grato a los mortales,
tú lo percibes yerto en otra instancia
como un rumor estéril de la sangre.
Aquéllos que creíste
en vecindad, cayeron.
Río y almunia parecían eternos
en una convivencia tan risueña;
pero esos dos pasajeros, siempre
ausente tú del premio de la tierra,
a ellos liberó hasta extinguirlos
en la paz victoriosa del olvido.
Y a ti, oh ciudad, si un día
a someterme al yugo de los tuyos te inclinas,
que un raso afán diario
de amor mortal me ocupe y me consuma.
Mas si otra vez no acudo
en una edad contigo,
toda piedad quítame piadosa,
al fin dormido bajo los cipreses.
EN el doméstico
y habitual empleo de los claustros,
turno inicial que –como el del sereno
que apresta asilo y leña y verifica
en su interior el tramo adjudicado-
ni se habitúa aún ni aún quebranta
la regla inaugural de las tinieblas,
tu luz, la lamparilla del primer recorrido,
avanza ajena al foso de mis daños.
Esas tareas, noche que se deja
cerrar y adormilar, ronda y llaveros,
madre perenne en el embozo oscuro
de cada celda allí distribuida,
¿qué valen para mí que, desde inmensas
cerrazones, usurpo
el casi libertino mandil de tus servicios,
el reglamento de esa luz tan tenue
y erguidamente insomne,
siempre prudencia, cerradura y vela
que, a fuerza de vigilias, nos perturban
como la antorcha exangüe de una diosa?
Madre que así te veo,
madre en quien me compruebo
igual que el parricida que, en la luna fulmínea
de su puñal, descubre
su limitado celo y su vileza:
los que en un salto hicimos
conquista y gloria vamos
al inseguro ayer, inverso
el pie por un tenor distinto
de majestad abyecta y ya perdidos.
Claustro, recinto, tapias coronadas
de ruindad partícipe de yedras,
adarajas mortíferas,
silbos y guiños cómplices,
¿quién me sorprenderá desprevenido
que, encalando, rindiera doblemente
muro y ladrón a una en el acecho?
¿Quién sino tú, señora,
la parpadeante rosa de tu paso?
El viento, un día, transformó su curso
y, a mitad de camino, dejó el mío,
con su cesar, por siempre detenido.
No hubo confín ni ajuste ni demencia:
un abrazo en alto sin saber adónde
y una labor a medias entre extraños.
Con las duras faenas,
bajo un sol implacable,
la carne entre sus ropas se reveló contraria.
En el tesón diario que, nocturno,
otro cíngulo ajusta a tu fragancia,
hábito de una pieza que se ciñe
como un olor de flores misturadas,
no hay otra carne que la de esos cuerpos
talares, triunfalmente
sumisos a incambiable desnudez, que no alteran
los desencadenados disfraces de la tumba.
Pero yo, que, desnudo
y a los desnudos hecho;
que, cual ellos, disperso
lejos también de mi amor, si lo tuviere,
a lo mucho y a lo poco
me expone el cuerpo cada día.
E igual que las riadas,
que agregan a su móvil caudal los elementos
y de un nivel a otro
y de uno a otro límite
regresan más henchidas y conformes,
tu colmas la clausura,
lo indesbordable, el frente
de duras correrías
irreductible casi a los cilicios.
¿Debo dejarte ahí mi libertad, vasija
a turno tan incierto,
humilde chirimbolo con las alas caídas,
y aguardar el disanto, el fasto, el centenario,
la colación en fechas de profesas y votos
bajo el ampo nupcial de las novicias?
En esa ligereza ocultaría,
ágil señora, por la tuya, el alma.
Mas cesante en el tiempo, entre licencias
el industrioso corazón antiguo,
¿a qué remesa lo destinaría
como la herrumbre inútil de un recuerdo?
No faltará quien halle y aproveche
su material, sus mermas, su demora.
Pues quienes las tuvieron a través de los días
uno cualquiera fueron
a manos del sepulcro.
Y cuando regresaron, como Julieta, nunca
prevalecer supieron.
Un solo abrazo a ambos
vino a unirlos por siempre:
inmóvil libertad a la que aspiro,
tú que, flotante, velas.
V.N.XI from revistacarmina on Vimeo.
EN Taormina —¿en Junio?—,
en el año catorce de la era de Augusto,
sitúo mi extravío,
jovencísimo dios de los perfumes.
Era tarde en la estancia,
y advertí, en lo disperso
de las pasas y el garum,
que, al menos esa noche,
fue muy frugal tu mesa.
Me arrodillé desnudo —estaba así
pactado—
para besar tu cuerpo,
y me invadió una ráfaga
de fétidos aromas.
Huí despavorido
hacia el camastro de tus servidores,
no del todo embriagados a esa avanzada hora.
Y fue con ellos donde
aspiré, gocé y supe
el perfume que arrancas
de quienes te rodean.
Más dioses que tú mismo,
Carísimo Diorísimo.